El filtrado del fantástico en la realidad parece ser uno de los pilares sobre los que se sostiene el cine de Gabriele Mainetti, cuya afinidad por lo superheroico se dirimía en su ópera prima (Le llamaban Jeeg Robot) entre los bajos fondos, y es trasladada en esta ocasión a algo más que un marco concreto: también el contexto que ofrece una de las etapas con una marca que ha resultado indeleble con el paso de los años, el conflicto surgido a raíz de la Segunda Guerra Mundial y lo que supuso la ascensión del nazismo en el Viejo Continente. Es por ello que el cineasta italiano vuelve a esos personajes en cierto modo al margen de la sociedad, tanto por la aquiescencia de un universo propio que delimita sus confines —entre los que Israel, el dueño del circo que aúna al grupo de protagonistas, les ofrece protección por las raras propiedades que atesora cada uno de ellos—, como por la llegada de un momento que expondrá ese vínculo que los resguarda; y es en esa precisa circunstancia, donde Mainetti desarrolla el carácter más dramático de un film que comprende en ese nexo en cuyo vigor radica la fuerza de individuos que, por sí solos, quizá perderían algo más que poder para hacer frente a susodicha situación, también un refugio emocional que precisamente es aquello que arrojaba el circo de Israel.
La confluencia creada bajo el yugo de Israel, será socavada por una nueva coyuntura, la fomentada por ese conflicto desatado en Europa, precipitando así una nueva tesitura que derivará en los primeros desacuerdos dentro del grupo. Mainetti lo aprovecha para indagar en la naturaleza de unos personajes que se sienten desprotegidos ante tal perspectiva, y que encajarán ese golpe buscando un nuevo horizonte, un modo de paliar esa indefensión que parecen sentir al no existir un techo que les cobije, pero no por el hecho de sentirse indefensos ante una pugna que no parece concernirles, sino más bien por el hecho de haber perdido aquella zona de confort sin agentes externos que la perturbaran.
Aunque el transalpino no descuida la faceta descriptiva en torno a las motivaciones de los protagonistas, Freaks Out conoce en todo momento cuál es su terreno: el de ese cine lúdico que no desatiende sus ornamentos —basta con ver su (extensa) secuencia inicial, tan pronto eficaz introducción como despliegue formal desde el que ostentar músculo—, y que propone en cuanto puede un espectáculo anclado a ese carácter fabulador del que parece hacer gala Mainetti; enfatiza de ese modo un apartado visual que sirve asimismo para complementar el relato —como en esa suerte de ensoñaciones pesadillescas percibidas por el personaje al que da vida Franz Rogowski—, y para dotar de la personalidad necesaria a un film cuyo principal problema resida tal vez en una cohesión tonal que no siempre funciona del mejor modo, pasando de esa exposición dramática a un despliegue asentado en el ‹exploit› de género más puro, puliendo así las aristas de un film que, cuanto menos, sabe a qué terreno adherirse en las situaciones clave.
Así, Freaks Out se desata —aunque quizá el hecho de funcionar por acumulación más que por agudeza le reste enteros— en un tercer acto donde desnuda la esencia de un cine cuyas pretensiones son cristalinas y complementan el resultado final; y es que probablemente el nuevo largometraje de Mainetti apunte inconvenientes en la forma de modular la naturaleza de un relato que, si bien muestra audacia en la toma de decisiones, no siempre encuentra la mejor manera de formular determinados aspectos, pero ello no es óbice para desdeñar las cualidades de una propuesta que, siendo consciente de su condición de anómalo ‹blockbuster›, sabe al menos reproducir sus tics y propiedades desde una óptica propia; un atributo que, al fin y al cabo, para muchos no será más que la deformación del campo al que Hollywood lleva apuntando mucho tiempo, pero al que no se puede negar el valor añadido de saber releer aquel habitual grandilocuente espectáculo como si en realidad el ruido y oquedad comunes que producen no fuesen más que las notas para empezar a comprender que otros caminos puedan ser posibles, y que Freaks Out (de algún modo) los empieza a recorrer.
Larga vida a la nueva carne.