Frank (Lenny Abrahamson)

Frank

Imaginen una película sobre un grupo musical cuyos temas tienen resonancias de The Doors, pasados por el filtro de Sonic Youth con un cantante cuyas poses remiten a Ian Curtis. Nada raro en apariencia, y más con la epidemia que parece asolar la cartelera al respecto de películas sobre música que no están llegando tales como las azucaradas Begin Again o God Help the Girl. No obstante algo llama poderamente la atención; el cantante de la película que nos ocupa, Frank, tiene una peculiaridad. Lleva una inmensa cabeza de cartón y no sólo actua con ella (a lo Slipknot, para entendernos) sino que vive con ella puesta.

Sin duda esta premisa argumental consigue su propósito: captar nuestra atención. Y más cuando sabemos que debajo de la careta se esconde alguien de la talla de Michael Fassbender. No obstante nos hallamos ante una arma de doble filo: efectivamente se corre el peligro de no saber ir más allá de la premisa, y que el film no vaya más lejos del simple reclamo. Por fortuna Frank no solo no cae en eso sino que juega sus bazas con habilidad. Esencialmente al situar al curioso personaje en un latente segundo plano, como una perenne sombra siempre presente pero que nunca toma el protagonismo absoluto. Con esta metodología el director, Lenny Abrahamson, consigue por un lado mantener el misterio y la expectativa sobre el personaje y por otro realiza un ejercicio de lateralidad consistente en crear la sensación de que todo orbita en torno de Frank sin ser el polo de atracción principal. Los personajes consiguen así una indivualidad fuerte, una personalidad propia que no es excluyente con la fascinación que sienten por Frank.

Frank

Esencialmente la cinta es un moisaco de apariencias, por un lado la ya citada al respecto del verdadero protagonista, por otro la temática. Sí, aunque la música tiene un papel preponderante no es más que el carril que se usa para que circule el argumento. Una vía que permite explorar otros temas, fundamentalmente lo que pasa con las ilusiones que todo ser humano atesora y de como puede el hambre voraz por el éxito devorar todo idealismo. En este sentido el personaje interpretado por Domhnall Gleeson actua con Frank retroalimentándose mutuamente, sólo que este doble juego de pigmaliones acaba por devenir algo más tortuoso y destructivo. El arte, la música, se transforma pues en herramienta de crecimiento, creación y finalmente de destrucción y ruina.

Todo ello es narrado desde una óptica meláncolica, de cierta tristeza humeda y gris, lo que no es óbice para dotar al film de una negrura depresiva total. Al contrario estamos ante un pieza que sabe introducir el humor y la comedia (negra eso, sí) para conformar un todo humanista, íntimo, incluso dulce en sus desgarros argumentales. Frank es por ello una de las producciones más aparentemente bizarras de los últimos tiempos al envolvernos con una niebla de extrañamiento surrealista, una aparente barrera que lejos de alejar al espectador está construida con la suficiente fragilidad para invitarnos a romperla, a explorar que hay en su interior y dejarnos fascinar por su relato, sus valores, en fin por su amabilidad empática.

Frank

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