Hay mil maneras de contar una misma historia. Es, a menudo, esa manera la que define el resultado final de una obra. La reflexión, de haberla, vendrá precedida casi siempre por el tono, junto con la construcción narrativa, el montaje y el tempo, cómo no. La obra del director y guionista irlandés Frank Berry, que consta de 4 largometrajes (1 documental y 3 películas de ficción), destaca por la presencia de conciencia social y personajes marginados que se enfrentan a una situación de desventaja que pretenden revertir de la mejor manera, o más bien la legal. Al menos en sus dos últimas películas estrenadas, Aisha y Michael Inside, cuyo lado social no impide hablar de temáticas muy diferentes. En el caso de la última película, sobre la relación de un joven de 18 años con el mundo de la delincuencia, las drogas y la violencia en prisión.
La capacidad diferencial del tono, al hablar de Michael Inside, junto con el resto de los factores mencionados, es clave aquí, pues hablamos sobre una película que mezcla mafia, droga y drama carcelario, pero no es muy similar a lo que uno pensaría que se encontraría antes de verla, dada la saturación de este tipo de cine en las últimas décadas. Frank Berry construye una narración que va directa al grano desde su primer minuto, sin perder el equilibrio en cada una de sus partes y que va creciendo en tensión hasta el momento del clímax, que funciona de una forma imponente gracias a la repentina aparición de una banda sonora que clava el final con gran inteligencia y estilo. Una película brillante e intensa perfectamente acompañada por el buen hacer de sus actores principales (el joven protagonista y su abuelo, sobre todo), pero también del resto de personajes secundarios, muchos de los cuales, según se indica al inicio de la película, han formado parte de la realidad que se nos cuenta en algún punto de sus vidas.
La reflexión, verbigracia de su tono, es clara y concisa, y vuelve a poner el foco en las consecuencias de lo punitivo de la ley, así como en esa capacidad de moldear a las personas que genera un sistema penitenciario cerrado donde en realidad no hay ley, salvo la del más fuerte. Dichas consecuencias, fáciles de imaginar incluso entre personas que no hayan delinquido, van más allá de la posible desaparición de ciertas oportunidades o de las posibilidades de reinserción; tienen también que ver con el entorno, el estrato social y hasta el grado de certidumbre que te puede otorgar el Estado a través de sus instituciones, que en Aisha mostraban la necesidad de un trato humano a las personas migrantes, y que en Michael Inside se nos descubren desde la necesidad de admitir que debe haber otra manera de enfrentarse a la llamada guerra contra las drogas, ya que hasta el momento parece un fracaso cuyos problemas están cada vez más arraigados en la sociedad.
En resumen, Frank Berry nos ofrece una película cruda y sombría, ambientada en un contexto de prisión, tráfico de drogas y hasta desarrollo personal (aunque no en el sentido en que se usa normalmente). Como en su última película, el irlandés vuelve a crear una sensación real de integridad y honestidad sobre todos los temas que intenta tratar. Puede que, por ponerle una pega, el mensaje final esté bastante masticado, aunque desde mi punto de vista es natural, dadas las circunstancias y lo bien cocinado a fuego lento que está. Afronta tópicos, pero también los evita con el buen uso de toda clase de arquetipos presentes en el cine carcelario, muy realista con las elecciones morales de todos los personajes.