François Ozon, el caballero oscuro.
Cuanto más conozco la obra, más oculta queda la figura de Ozon. Es el tipo que mira distante, con fijación, hasta desnudar tus más profundos secretos. El viento que mece la tentación que no logramos dejar escapar con naturalidad. La música que aporrea un piano hasta desgastar notas con elegancia para sucumbir a alguna especie de rabia. Es el desconocido, en suma, que aparece en cada película, que llama a tu puerta para destruir tu concepto de vida, o para mostrar la cara oculta que cualquier hombre o mujer desconoce poseer.
Si hasta ahora me ha obsesionado la intimidad que siempre despierta en sus personajes, de repente me he fijado en algo que siempre estuvo ahí, y no recuerdo haber expresado con palabras pese a conocerlo. Tal vez el título de su última película, El amante doble, sea la versión más directa de todas las filias de Ozon, pues siempre hay una dualidad en aquellos que acechamos desde el otro lado de la pantalla. No hay un solo personaje lineal gracias a ese «otro» que asoma en sus historias. Solo hace falta mirar los pósters que acompañan a sus películas, y sabiendo que pocas veces se separa de un fondo en particular, verás dos personas representadas, una de ellas oculta, difuminada, un simple esbozo de realidad. ¿Realmente existe ese «otro»? ¿O es un mero reflejo de un irrefrenable ansia ante el cambio? No hay intenciones vacías en el director galo.
Sus formas se han estilizado, la delicadeza se ha abierto paso entre tanto claroscuro y mantiene ese fino hilo conductor en sus películas. Pero incide en la herida, duele sin notar apenas la punzada, genera una melancolía irremediable ante un inteligente cómputo de imagen y diálogo, no excesivo, simplemente necesario.
Y tanto que duele, impacta en nuestros sentidos más directos, personales y sociales, y a veces es la música y otras la intención de un preciosista detalle, pero siempre nos rendimos.
Como no soy capaz de llevar un orden (para nada) visito a Ozon como un flashback o un flashforward, cogiendo pinceladas de cada época, en lo que ya parece una carrera eterna pese a su estimable juventud, y tal vez por hablar de raíces, de una pureza exacta en sus formas, hoy visitamos su mediometraje Mirando al mar (Regarde la mer), donde, una vez más nace todo lo que conocemos del realizador. Una mujer por descubrir(se) como vimos en Joven y bonita; una madre por crecer alejada de su vida cotidiana, algo que destilaba Le refuge; la sordidez y crudeza que despejaba en obras más jóvenes como Amantes criminales —que tanto halago despido sobre el film—; una persona que despierta tu interés al llamar a tu hogar, tu templo… no sabría por donde empezar, pues parece requisito necesario que cumplir; y el templo en sí, las paredes que revisten el confort, las que protegen el relato y dan cabida a todo lo que se nos quiera mostrar, la comodidad donde despierta el «yo» a partir del extraño. Ozon a brochazos, Ozon a pinceladas, el verdadero genio, el caballero oscuro que nos habla.
Regarde la mer indaga en la mujer a través de dos personajes. Está la madre, la residente, que interpreta Sasha Hails con una sonrisa conciliadora. También está la invitada, el elemento perturbador, Marina de Van, siempre ocultando su aspecto en público, el rostro inerte. Dos polos opuestos que las circunstancias y la curiosidad acercan en un ambiente limpio, fresco, de verano, con un elemento que las une y que en un inicio solo podemos sospechar.
Es esta dualidad que transfiere las personalidades de ambas mujeres, una intriga bidireccional, un anhelo por convertirse en la otra sin saber realmente cuál es la verdadera victoria. A veces bruto en sus prioridades, con escenas en exceso provocadoras de joven promesa, acompañadas de otras contemplativas, Ozon construye el drama a través de la duda, con una intriga que se basa en la intención de conocer la figura femenina, como si fuese el extraño definitivo, el que se construye a partir de un hilo umbilical (de ahí un bebé como testigo) en una historia sencilla pero certera, donde actúan los cuerpos desnudos, donde la oscuridad de sus mentes envuelve la trama con ligereza al borde de la delicia.
Llaman a la puerta y el mundo cambia. Las puertas y Ozon. Cruzar el umbral siempre ha sido su mejor movimiento. Para el que acecha desde el exterior, para el que observa desde dentro, para que la mutación de la historia, aunque se repita, sea siempre única.