Si hay una expresión que puede resultar inapropiada para definir una película (aunque se usa demasiado y quizás muy alegremente) es calificarla como fallida. Un epíteto que nos lleva invariablemente a formular las siguientes preguntas: ¿Fallida en relación a qué? ¿A sus intenciones? ¿A su despliegue formal? ¿Al balance entre ambas cosas? Y lo más relevante, ¿al lanzar el adjetivo no estamos presuponiendo que conocemos las intenciones del director y que, por tanto, nos ponemos por encima de él en la sobre interpretación de lo visto?
Con France, de Bruno Dumont, la tentación de lanzarse a calificarla así es más que evidente. Nada funciona en ella, ni su tono (presuntamente) mordaz, ni su subtrama romántica, ni su crítica a los medios, ni mucho menos su metáfora entre lo personal y el conjunto global de un país. Y si la tentación está ahí es porque, además, dichas intenciones están puestas de forma clara sobre el fotograma. Dumont no esconde lo que quiere transmitir y en ningún caso sale exitoso de la contienda.
Lo paradójico, sin embargo, es que precisamente por mostrar una voluntad tan clara uno diría que Dumont podría pretender realizar exactamente lo que vemos. En este sentido, lejos de ser fallida sería un éxito negativo, pero éxito al fin y al cabo. Esto nos sitúa de alguna en el terreno del film coartada, es decir, que si hipotéticamente interrogáramos al director al respecto bien podría decirnos que su film es mediocre y vulgar porque es exactamente lo que pretende reflejar en él. Unos media deprimentes para gente, para una sociedad deprimente y de valores decadentes.
Esta, siendo una perspectiva interesante, no deja de ser una boutade. Y más viniendo de un director que ha demostrado sobradamente su capacidad única para diseccionar su país, para ponerlo delante del espejo y poner de relieve el esperpento que muchas veces supone la confrontación entre un discurso leitmotiv patrio basado en valores universales y el traslado real a las actitudes de su gente o del cinismo de las autoridades.
Es por todo ello que France acaba siendo un film indigerible en cuanto a la incapacidad de que su sátira genere una mínima concienciación social o que el drama personal de su protagonista despierte empatía a pesar de la repugnancia de sus actuaciones. France resulta casi un decorado, una cáscara decorativa repleta de dibujitos que nos indican qué es lo que hay que mirar, qué es lo que hay que entender, pero que una vez nos ha llamado la atención y profundizamos en su contenido, descubrimos un relleno repleto de aire, de monotonía grisácea, de la nada más absoluta.
¿Qué es, pues, France? Seguramente e involuntariamente no es un reflejo en forma crítica de un país, sino más bien un documento gráfico de la mediocridad imperante. Un film exuberante en sus planteamientos, como si se tratara de una gran crónica francesa, y absolutamente plana en su plasmación. Con estos mimbres nos sigue asaltando la duda, ¿fallida o no fallida? En cualquier caso es algo muy aproximado a lo insoportable.