2009. Samuel Maoz retrataba en su ópera prima las experiencias propias de la guerra israelí a partir de una puesta en escena centrada en un tanque, que le permitió, gracias a esta sobriedad, ganar el León de Oro de Venecia.
Foxtrot, su segunda película, que surge a raíz de otra experiencia personal y familiar —el director cansado de que su hija fuera al colegio en taxi, decidió que usara el transporte público. Un día un autobús sufrió un atentado, matando a todos sus ocupantes. En este autobús, a priori, iba su hija, dejando así un dolor profundo a su padre y a su familia, que más tarde descubrieron que la niña no había muerto, ya que esa mañana había cogido de nuevo un taxi) vuelve otra vez a este ambiente hostil de la guerra.
Una familia recibe la noticia de que el hijo ha muerto en el frente. Durante horas el luto es presente y la desesperación por la falta asciende, hasta desmentirse la muerte y descubrir que era falsa a causa de un error, una confusión de nombres. El hijo está vivo, pero el dolor y la pena sobre el padre ya son irremediables.
A partir de este interesante y diferente punto de vista sobre la muerte, Maoz desarrolla una película artificial, cansina y nada fresca. La fotografía es preciosa, resaltada por una delicada dirección de arte; los encuadres y los planos generales son de una belleza difícil de encontrar, pero el guión, que se podría haber tratado con más crudeza y sobriedad, queda reducido por la perfección formal e innecesaria. Usualmente forma y contenido no se pueden separar, pero en acontecimientos así, cuando no se encuentra un cierto equilibrio, la forma destaca por encima de todo.
Películas como La gran belleza (2013), Ida (2013), La luna (1979), o si recorremos la filmografía de Ingmar Bergman o Tarkvosky, utilizan la forma como uno de los elementos de obsesión principales de su cine. Pero trabajan con delicadeza para que esta forma siempre vaya en armonía con las emociones o las historias que se están explicando.
Foxtrot, marcada por el uso del fuera de campo, de un ritmo pausado generado por panorámicas de reconocimiento lentas, que nos enseñan la dureza del paisaje, es demasiado explícita, caprichosa y se come una atractiva estructura en tres actos. El primero: la noticia de la muerte y la no muerte, en la ciudad, y como la tranquilidad y el orden característico al ritmo de vida de gente de bien de repente se ve fracturado por una noticia tan dura, pero falsa. El segundo: la vida del hijo en la guerra, en una especie de búnker en medio del desierto, para así remarcar la crítica feroz de los abusos del ejército israelí. El tercero: la relación del padre y la madre, después de la última y única muerte de un miembro de la família, y el proceso de pena y reflexión.
A pesar de todo, la historia requería mas austeridad para transmitir el dolor, y abstenerse a sobreexplicar o subrayar cualquier elemento narrativo. Es difícil centrarse, como espectador, en el contenido cuando la forma es tan abrumadora. Necesitaría una segunda visualización para centrarme en la historia y los temas que trata, pero probablemente, otra vez, la forma hipócrita no dejaría respirar el inexplicado relato.