Duelo punk en Marsella
Películas como Fotogenico resultan irresistibles para un sector de la audiencia cinematográfica que hemos basado en gran medida nuestro crecimiento cultural y sentimental en los inescrutables caminos del universo ‹rock and roll›. No estoy diciendo en absoluto que el film no pueda agradar a muchísima gente más o menos ajena a la obsesiva megalomanía. Pero no puedo resistir la tentación de señalar que la propuesta del tándem Romano-Sabatier es una oda entusiasta y vitamínica a la creación musical como pasión personal y cosmovisión cultural —no en vano, la directora, reputada guionista del cine francés (El acontecimiento), ha tardado tres segundos en afirmar con contundencia durante su presentación en la Mostra que querían hacer una película en torno a su amor por la música—.
Pero por supuesto hay mucho más. A nivel argumental, nos encontramos con una historia que ya se ha contado en muchas ocasiones. Raoul (Christophe Paou), un hombre en la cincuentena que adivinamos con un estilo vital de cierta inmadurez y extravagancia ‹vintage›, se traslada hasta Marsella para indagar en los motivos y las circunstancias de la prematura muerte de su jovencísima hija Agnès. Y al llegar allí descubre todo un mundo personal que le era absolutamente desconocido, muy especialmente que formó parte de una banda femenina de ‹techno-punk›, Fotogenico, con la que dejó grabado un disco. Entre el sentimiento trágico, la comicidad física y la sátira ‹underground›, contrastaremos con Raoul, que lo que se suponía que eran un estudio de taekwondo, una academia de idiomas y un bufete de abogados, son en realidad una oficina improvisada, una tienda de discos y la casa del camello de Agnès, un personaje esperpéntico y depravado, en el que se hace especialmente sensible la utilización de toda una caterva cultural de construcción arquetípica del villano de aquellos cómics y productos de serie B del siglo pasado.
Con un tono formal de dramedia desquiciada y conmovedora, esa búsqueda desesperada de un padre en pos de la esencia de su difunta hija nos llevará con Raoul por la urbanidad decrépita y chispeante, mugrienta y grafiteada, de la ciudad portuaria francesa que ejemplifica a la perfección el pulso acelerado de una multiculturalidad inspiradora. Sin ir más lejos, Agnès compartía su proyecto musical con otras tres chicas lesbianas de orígenes francés, africano y latinoamericano: Tina (Angèle Metzger), Venus (Venus Yalfa) y Brune (Bella Baguena) —y no me puedo resistir a señalar mi entusiasmo por esta versión renovada y electrónica del ‹riott grrrls›, que apela a míticas bandas como Bikini Kill de Kathleen Hannah y compañía—.
Han afirmado en la presentación del film los cineastas —no lo olvidemos, Sabatier es crítico musical— que buscaban la estética de una portada de disco y el ritmo de montaje de un videoclip musical. Y desde luego esa aceleración endiablada, que a mí me ha hecho pensar en legendarios productos audiovisuales punk como The Great Rock ‘n’ Roll Swindle de los Sex Pistols —también está el transgresor esteticismo ‹kitsch› de John Waters, sin ir más lejos—, plagada de detallistas referentes de la cultura pop, recorren el metraje de principio a fin con un espíritu artesanal y aquella impronta punk del «Hazlo tú mismo». Posters de la gloriosa androginia de David Bowie, imprescindibles antologías “beatelianas”, portadas de LP’s de Marianne Faithfull, reinas del ‹funk› afroamericano más explosivo de los años setenta, e incluso una tipografía en rojo de los títulos de crédito inspirada en las series B de artes marciales. Un combinado arrollador que como no podía ser de otro modo se estructura narrativamente sobre una adictiva banda sonora, que es el omnipresente y significativo disco ficcional de Fotogenico, del grupo de postpunk Froid Dub, para contarnos de duelos terribles y esperanzadoras recuperaciones.
Para la que suscribe, un placer irresistible -ya lo dije-.
«El Cine es más hermoso que la vida.»