La globalización, la sociedad de clases y la incomunicación familiar parecen ser algunos de los temas que Sergio Castellitto pretende abordar en su sexto largometraje como director. En todo caso, un espejismo que a medida que avanza el metraje se revela como un ejercicio irregular de aspavientos formales.
Si en su inicio, aparentemente contenido tanto en los movimientos de cámara como en el punto de vista —externo, quizá observacional—, puede apuntar hacia una suerte de neorrealismo mal entendido, la película no tarda en mostrar su reverso de opereta ‹europop›. Fortunata es madre de una hija con serios problemas de comportamiento, peluquera a domicilio que sueña con montar su propio negocio y mujer de un policía del que intenta divorciarse. No es solo la cantidad de clichés sobre la que asienta su estructura: el marido maltratador, el amigo drogadicto con una madre senil; o la progresión vertical a base de cortes, a cual más brusco, en una acumulación de situaciones interminable. El problema principal surge en la falta de confianza de Castellitto hacia su propio personaje, evidenciando una tensión entre su deriva más melodramática posible —desaprovecha a una Jasmine Trinca que aun así se llevó el Premio a la Mejor Actriz en la sección Un Certain Regard del pasado Festival de Cannes, forzándola al histrionismo en varias escenas— y la necesidad de no tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Tal vez su tramo más cuestionable sea también el más revelador acerca de cómo concibe el director las motivaciones de su protagonista. Como petición por parte de la jueza encargada de dictaminar quién mantendrá la custodia, Fortunata acepta llevar a su hija a sesiones con un psicólogo, quien, además de exorcizar los fantasmas de la protagonista, se convierte en la única vía de escape a su vida. Aunque la naturalidad de Stefano Accorsi actúe como un bálsamo que, si no evita, supone un paréntesis en el derrotero vodevilesco que empieza a tomar el filme, su personaje parece escrito a imagen y semejanza del Edward Lewis interpretado por Richard Gere, en Pretty Woman. Sorprende la torpeza en el retrato de Fortunata, teniendo en cuenta la importancia que ha cobrado actualmente reivindicación de personajes femeninos emancipadores, al dejarse llevar por el lugar común del ‹amor fou› con tanta facilidad, reduciendo la solución a una maternidad complicada o una separación conflictiva y violenta a una noche en el casino con un tipo encantador —Laura Mulvey probablemente tendría tres o cuatro cosas que decir acerca de eso—.
Gritos, insultos y lágrimas. Confundir el exhibicionismo con la empatía y el humor con la superficialidad son las debilidades más evidentes de una película que se apresura en resolver los conflictos sin demasiados rodeos, acariciando apenas la realidad de una clase baja que dibuja —a brochazos— tremendamente acomplejada, que parece despreciar el dinero porque no puede siquiera aspirar a ganarlo, pero que en el fondo es lo único que busca. Por la supuesta blancura ideológica de la propuesta, en el fondo tremendamente elitista, sorprende especialmente que Castellitto se empeñe en construir la película alrededor del trauma infantil de Fortunata, a pesar de la constante dispersión dramática en todas direcciones, dejando una película no solo multiforme y excesivamente larga, sino un relato que parece decir una cosa y la contraria.