En la película de 2012 de Peter Strickland, Berberian Sound Studio, asistíamos al proceso de postproducción de sonido a cargo de su protagonista —el ingeniero de audio británico Gilderoy, que interpretaba Toby Jones— de un ‹giallo›. Todo el concepto del filme giraba sobre la percepción de las imágenes fuera de campo a través de la deconstrucción de la banda sonora, de cómo esto configura visualmente en el espectador una abstracción de las imágenes no vistas. En cierto momento se veía cómo creaba efectos con vegetales para su incorporación al sonido de una película que incluía escenas con un grado creciente de violencia. Esta idea de cómo los sentidos se mediatizan a través de la experiencia estética de una obra cinematográfica en particular y el arte en general es la que se extiende en el más reciente largometraje del director, Flux Gourmet (2022). Billy (Asa Butterfield), Elle (Fatma Mohamed) y Lamina (Ariane Labed) forman un grupo de música electrónica experimental que realiza ‹performance› de lo que se denomina catering sónico, extrayendo el sonido de todo tipo de alimentos mientras son manipulados, procesados y cocinados en directo durante sus actuaciones.
Esta transformación de sentido de texturas, colores y materiales se traslada a la propia narrativa y el dispositivo formal de la cinta. Por ejemplo, vemos un ataque “terrorista” en una cena en la institución donde llevan a cabo una residencia artística financiada por la excéntrica Jan (Gwendoline Christie). La salsa de color rojo acaba salpicando toda la cara de Lamina, adquiriendo connotaciones sangrientas y sexuales. Tanto la ambigüedad en la percepción de la composición de los planos como los motivos escatológicos son algo recurrente a lo largo de todo su metraje. En otra ocasión, toda una secuencia escenifica una actuación ante el público con lo que parecen heces humanas y Strickland construye deliberadamente la escena a través del montaje para que el espectador sea participe de esa ilusión, creada para el público del colectivo artístico culinario. El sonido creado a partir de los ingredientes de cocina con electrodomésticos, utensilios y aparatos electrónicos se utiliza para expresarse a través de medios sonoros y escénicos, que provocan una reacción alejada de la verdadera esencia de los materiales que los originaron. Un distanciamiento que trastoca la percepción sensorial de los mismos a su audiencia.
Esto se complementa con la representación de las complicadas dinámicas personales entre los integrantes del grupo, en el que Elle tiene un rol dominante que afecta a sus vínculos pero también a sus creaciones artísticas, o el ‹affaire› que sostiene Billy con la responsable de de la institución. Unos juegos de poder y roles sexuales que evocan los de The Duke of Burgundy (2014).
Todos estos problemas se documentan en su estructura a través de las crónicas del periodista Stones (Makis Papadimitriou). Vemos testimonios a cámara de los protagonistas y su narración registra la progresión de los acontecimientos. pero también sus propios problemas de salud y los miedos que le suscitan, alentados por el Dr. Glock (Richard Bremmer). Un metacomentario autoconsciente que se puede vincular al cortometraje Blank Narcissus (Passion of the Swamp) (2022) y su sátira post-irónica de la pistas de comentarios de DVD a través del relato del director de cine pornográfico ‹underground› sobre un título de los años setenta, descubriendo la intrahistoria de amor con su protagonista y cómo se orquestaron determinadas secuencias que, finalizadas, proponen un estimulo sensorial muy alejado de las condiciones de su producción.
Flux Gourmet combina estos recursos formales tan dispares como la escenificación de ‹performance› con planos abiertos y simétricos mientras la cámara sigue sus evoluciones y precisas coreografías, la fragmentación del proceso de creación con planos detalles que fuera de contexto contrastan con su manera de expresarse al público a través del sonido musical y las declaraciones a cámara del cine documental con las corrientes internas que sacuden la intimidad de los integrantes de la banda en su paso por la residencia artística. La sincronicidad y complementariedad que demuestran en el escenario se desmoronan, como sus máscaras, a través de la honestidad emocional, los reproches y frustraciones que integran deliberadamente o afectan sin pretenderlo a sus creaciones, sin que el público sea consciente de qué origina en realidad los estímulos visuales y sonoros de los que es testigo al acudir a sus estrafalarios actos artísticos.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.