Érick Zonca vuelve a ponerse tras las cámaras 10 años después de su última tentativa —aquella Julia inspirada en el Gloria de John Cassavetes—, y lo hace con su cuarto largometraje en dos décadas, para dirigir su mirada a un polar francés que, como su título indica, percibe ciertos influjos del noir. Puede que, no obstante, ya sea en estructura como empleo de algunos de esos códigos, Fleuve noir no se certifique como un ejercicio de cine negro en esencia, pues si bien se advierten estímulos procedentes de aquel género que cosechó gran éxito en el Hollywood de los 40, se podría decir que Zonca lo orienta entorno al thriller policial, que emerge alrededor de dos piezas clave en forma de personajes centrales.
El relato sobre una madre y la desaparición de su hijo, y la consecuente investigación que dará forma al caso, sirven en Fleuve noir para encauzar el duelo psicológico que se desatará entre Visconti, un veterano y hastiado oficial de policía, y Yann Bellaile, un excéntrico profesor que vive en el mismo edificio que la madre y precisamente dio clases a su hijo durante un tiempo. Encorvado como si estuviese en medio de algún tipo de regresión, con el alcohol fluyendo por las venas a todas horas, machista y de arrebatos violentos que indican que nos encontramos ante un tipo forjado a la vieja usanza, Visconti pronto sospechará que tras la fachada del (a priori) voluntarioso maestro, bien podría esconderse algo más; una deducción lógica a juzgar por el singular comportamiento de Bellaile, casado y con un hijo, que se muestra alejado de vías convencionales y pronto hará de esa extravagancia a la que se acoge de tanto en tanto, seña indispensable de un individuo ante el que pocas conclusiones posibles parecen caber.
Zonca establece de ese modo la fórmula del falso culpable, y lo hace alimentando los motivos de un personaje que obviamente emerge como arma de doble filo; de extraño comportamiento, pero en todo momento comprometido con la búsqueda —e incluso familia—, Bellaile es el engranaje perfecto para entablar un juego del ratón y el gato que se sostiene, en todo momento, gracias a la presencia de los dos actores centrales. Y es que no descubriremos ahora a intérpretes del talento de Vincent Cassel o Romain Duris, pero tanto el primero en esa faceta de policía que bien podría pertenecer a tiempos pretéritos, como el segundo ante un papel que es sencillamente un regalo para el parisino —más allá de si está mejor o peor escrito, parece estar escrito a su medida—, otorgan a Fleuve noir un cuerpo propio que lleva el film a un terreno mucho más fructífero.
Nos encontramos, pues, ante un relato que se sustenta en ese lance tan bien dispuesto, pero que sabe proponer más allá —aunque queden en meros apuntes, se aprecia el modo en como configura, a través del esqueleto central de la crónica, la relación de Visconti con su hijo—, descubriéndose además en última instancia como un ardid —aquello que ya parecía anticipar, en definitiva, el personaje del profesor—, y dejando una conclusión, si bien no lúcida, a una altura al menos aceptable. Quizá se eche en falta algo de nervio en determinados momentos, o incluso una fuerza que defina con mayor entereza el personaje de Cassel —que lejos de la física interpretación del actor, nunca termina de concretar ciertos temas—, pero Fleuve noir cumple con lo que se propone, por más que en el fondo se sienta a modo de oportunidad perdida por no tomar ciertos riesgos y desprenderse de esa concepción tan prototípica que a ratos plantea.
Larga vida a la nueva carne.