Ivo Caprino realizaba en 1975 su segundo y último largometraje con Flåklypa Grand Prix, película rodada enteramente en ‹stop motion› cuyo único añadido son unos fondos —el cielo, concretamente— que sí parecen imagen real. Germen —entre tantos otros, suponemos— de lo que años más tarde sería esa divertida pareja de la compañía Aardman, Wallace & Gromit, se refleja en múltiples detalles que podrían llevar a pensar que Nick Park recogió aspectos de Flåklypa Grand Prix como inspiración para el mayor éxito de su productora. No es casualidad que la naturaleza inventora del protagonista de la cinta noruega se traslade a Wallace que, curiosamente y como el protagonista de ésta, también posee una mascota —aquí un ave y un topo, allí un simpático can—, eso por no hablar del ingenio que destila el trabajo de Caprino, así como de lo meticulosamente cuidados que están todos los aspectos de su obra póstuma.
Su presentación de personajes se engarza con una voz en off que acompañará casi todo el metraje e interpreta a la perfección la función de narrador —hecho este, que no se suele dar siempre—, realizando las añadiduras necesarias y no entorpeciendo la narración en casi ningún momento. A través de ese off, pues, Caprino nos presenta la extraña fauna que puebla ese cerro en el que habitan Reodor Felgen, un reparador de bicicletas que no posee demasiado éxito y prefiere dedicar sus días a realizar inventos como espíritu libre que es, sin compromisos ni ataduras de ningún tipo; Solan, un ave calculadora y tenaz que se erige como verdadero cerebro pensante del grupo; y Ludvig, un topo miedoso embriagado por un pesimismo del que no parece despegarse ni en los mejores momentos.
La historia arranca a raíz de la aparición de un ex-ayudante de Felgen, ahora famoso e imbatible corredor en circuitos, que ha robado un diseño que el protagonista hizo en su día. A partir de ese instante, se pondrán en marcha las argucias de Solan con tal de construir un prototipo llamado ll Tempo Gigante que Felgen guarda entre sus manuscritos desde hace mucho tiempo. Todo terminará, irónicamente —más por la situación actual—, en manos de un gran jeque que se decidirá a llevar a cabo el sueño del protagonista con la única condición de que corra bajo el patrocinio de su compañía petrolífera.
El ingenio latente en Flåklypa Grand Prix consigue que todos sus puntos de anclaje viren en una misma dirección y desvelen un universo en cuyos detalles y minuciosidad es fácil perderse, virtud que quizá por contrastes se desvela a modo de pequeño defecto, y es que Caprino recarga la escena en demasía y ello, llevado a una animación realmente portentosa para la época, termina alzándose en contra de la obra debido al excesivo recreación —algo lógico, no obstante, cuando se tiene entre manos algo así— de Caprino que llega a repercutir en el ritmo de la cinta. Por momentos, se torna harto moroso no tanto por el desarrollo de la propia historia, sino más bien por la concepción del autor acerca de los engranajes del film.
Es en sus exteriores donde mejor funciona esta cinta de animación noruega, tanto por una puesta en escena que sólo puede ser calificada de brillante como por la agilidad que gana esa animación alrededor de unos personajes que parecen más liberados de su entorno y poseen otro aire al cambiar de espacio. No es, sin embargo, hasta un último tramo técnicamente apabullante —desarrollado ya en la carrera final—, cuando Caprino consigue que Flåklypa Grand Prix alcance sus mejores momentos, ya sea por un imponente montaje que lleva esa carrera de bólidos hasta unos extremos inimaginables, o por la imaginación en la distribución y composición de unos planos que se antojan sencillamente increíbles. Gracias a ello, Caprino consigue que ese todo en forma de competición funcione como un perfecto mecanismo a través del cual el espectador pueda terminar de empatizar con unos personajes a los que, con sus más y sus menos, adorará como no hubiese podido imaginar al principio de la cinta, algo simplemente impagable.
Larga vida a la nueva carne.