La extensa filmografía de Takashi Miike deja probado el errático espíritu de su creación, un nervio narrativo de pulsión interna que hasta la actualidad nos deja un autor de férrea intransigencia y una enorme facilidad para fagocitar los géneros. Su última obra hasta la fecha, First Love, lo deja patente con una historia donde da cabida al ingenuo romance, la yakuza, toqueteos con atmósferas abstractas y una verborrea narrativa que caracteriza las maneras menos condescendientes de un cineasta tan excesivo como particular. First Love se inicia con alusión, no ajena al sarcasmo, que pudiera ofrecer su título: Leo, un joven boxeador que no atraviesa precisamente su mejor momento, conoce a la mujer que parece destinada a ser la respuesta romántica necesaria en ese instante; pero este emotivo encontronazo del destino guarda un caramelo envenenado, cuando descubre que es una prostituta drogadicta que se encuentra inmersa en una coyuntura con mafiosos vengativos, policías de dudosa profesionalidad, ajustes de cuentas y unas maquiavélicas situaciones que meterán a Leo en una serie de problemas ya inevitables.
Con un look de clara predisposición a la estilización, First Love supone la enésima muestra de Miike por desorbitar los géneros, creando una pieza carburada en base a enajenaciones narrativas donde la acción, andamiaje escénico vital para el director, funciona como un carburador a la hora de desarrollar su producto. Si bien la película apuesta en su empaque audiovisual por una ambientación cercana al ‹neo-noir›, con un Tokyo de delicada y excelsa composición fotográfica, da cabida a un estilo cromático más afín al postmodernismo, con una encrucijada tonal que gana enteros en esta mezcolanza del romance fortalecido en un viaje sin retorno; este destino es el que predomina en el desarrollo de la cinta donde Miike muestra algunas de las maniobras de estilo que mejor se le dan: escenas de acción con ansias hacia el exceso y el impacto o las explosiones estilísticas que, como viene siendo costumbre en su cine, adhieren una ambición compositiva del plano marca de la casa. First Love, que parece funcionar hacia la fusión de dos componentes temáticos, la historia de amor entre dos almas decadentes y la lucha a contracorriente contra las vicisitudes externas inherentes a su hábitat, logra cierto equilibrio un juego tonal que como un exabrupto impregna la pantalla del hilarante sentido de creación del director.
Es en su composición urbana donde First Love se concatena con esa rama del ‹noir› esbelto y cercano a la esquematización estilística de su espacio. Aunque la cinta pueda situarse fuera del núcleo duro de su filmografía, dejando aquí un aspecto más convencional respecto a las más disruptivas piezas del director, Miike consigue que su sello se mantenga intacto en la propia lógica interna, una anarquía mucho más sosegada que en otras obras de temática similar dentro de esa filmografía que ya traspasa el centenar de títulos; Miike hiperboliza el tropo del ‹noir›, se permite algunas intransigencias tonales y delimita sus intenciones a un nihilismo carburado en base al artificio de la acción, con el que First Love gana su peso en su más que innegable adhesión al thriller urbano, esa extensión de los patrones narrativos del western aquí enfundados tanto en la espectacularidad compositiva como en esa violencia que a estas alturas Miike suministra con personal pulsión.
La mordacidad con la que el cineasta reutiliza las convencionalidades de su historia es otra de las bazas que otorgan a First Love la marca Miike: exhalaciones contestatarias que introducen al espectador a través de un filtro diferenciador en esos lugares comunes del género, o una creativa manera de convertir los tropos del ‹noir› en ese tren de la bruja que Miike plantea en la amplia mayoría de sus obras: como en las buenas historias del cine alejado de las formas ensambladas por lo convencional, el cineasta repasa una retahíla de emplazamientos conceptuales inherentes la cultura del thriller pero bajo su inflexible verbosidad inventiva. Que Miike haya llegado a este punto en una obra de estas características no sólo supone un triunfo en lo personal, sino también una pieza ideal para reflexionar los métodos de un cineasta que basa su composición creativa en la deconstrucción inteligente de unas formas ya preconcebidas.