Un día hablando con un amigo sobre Ondina. Un amor para siempre (Christian Petzold, 2020), este dijo que la película iba sobre cómo, cada vez que Alemania ha intentado dar con una identidad nacional a lo largo de su historia, siempre acababa invadiendo otros países, aniquilando la población o declarando la guerra a sus países vecinos. Visto el cine de este modo, dejando el argumento principal y el desarrollo de este en cierto modo a un lado, lo que queda en realidad es el detalle. Al menos si son películas que dan un poco más de sí o que tienden a dar más detalles de sus personajes, incluyendo entorno, evolución y forma de vida.
En First Case, parece que quien sigue esta lógica es en realidad quien ha definido como trepidante thriller judicial una película ambiciosa en otros sentidos mucho más modestos. La realidad es que, a partir de la premisa judicial, su directora y guionista, Victoria Musiedlak, está mucho menos interesada en desarrollar su película en torno al misterio sobre el caso de un joven acusado de asesinar a una vecina que en adentrarnos en la vida de la abogada que lo va a representar. Es en esta segunda visión, que ocupa más metraje y que nos aleja de la investigación y las preguntas sobre si lo hizo o no lo hizo —el acusado de asesinato— donde aparece la cuestión social, laboral, familiar y de conciencia individual en primer término.
Porque parece que hay, en el hecho de trabajar (sin importar demasiado en qué o dónde), una implícita transformación que lleva a las personas de la ingenuidad a una aburrida realidad adulta en la que el aliciente principal es el dinero. De ese aliciente (obligado te ves), claro, surgen explicaciones, justificaciones y hasta la manipulación de uno mismo para que la poca y agotada vida que te queda al margen del trabajo tenga un carácter más aceptable y llevadero (intenta tú no llevarte el trabajo a casa cuando te tiras más de 8 horas allí, tienes 1 hora de viaje entre ida y vuelta y cuando por fin llegas tienes que ejercer de adulto funcional para que la casa no se te caiga encima y además puedas pagarla). En el caso de los abogados, además, puede darse el caso de que estén aún más cerca del mal que en otros puestos laborales, o al menos ahí pueden ponerles nombre y cara de persona y no solo de empresa. No necesariamente como le pasaba a Keanu Reeves (a quien Al Pacino daba ánimos en las escenas de sexo), pero a veces sí ligado a tu moralidad y principios esenciales, y sobre todo a la reflexión constante (por cargo de conciencia o no).
¿Es posible separar a la persona del trabajador, como al artista de la obra? ¿Son el puto AirBnB, los fondos buitre y toda esa manga de especuladores inmobiliarios razón suficiente para que yo trague y trague sin parar hasta tener un piso en propiedad o permitirme un alquiler? La verdad es que no tengo respuestas que no vaya a cambiar mañana y ni mucho menos creo que alguna de ellas tenga validez aquí sin la presencia antes de un abogado. Sin embargo, sí que puedo decir que First Case ofrece todas las dudas clásicas del género judicial (aunque sin juicio casi) y además añade varias capas de profundidad en el desarrollo de su personaje principal (Noée Abita), una joven abogada sin apenas experiencia laboral y con no mucha vital que, al mezclar el ámbito laboral con su vida personal —¿se nota que me gustó la primera temporada de Separación (2022)?—, parece por fin coger las riendas de su vida y espabilar —todavía entre la ingenuidad y la entrada en la vida adulta—, dejando en el aire la cuestión de si todo eso nos compensa. ¿Resulta que, al final, al juzgarnos, la mayoría de nosotros preferimos decir que hemos sido inocentes?
Por cierto, el título original, Première affaire, deja más claro que la película abre la puerta también a una historia sexoafectiva que tiene mucha más importancia en la trama que prácticamente el resto (con Anders Danielsen Lie cumpliendo con su papel como ya es costumbre en él).