Finisterrae (Sergio Caballero)

Hace un par de semanas se estrenó en nuestras salas, a un nivel muy minoritario, la nueva película de Sergio Caballero, La distancia, una más que interesante y vanguardista propuesta, que nos invita a recuperar su ópera prima Finisterrae, film también extraño, curioso y diferente a lo que el cine español de las últimas décadas nos tiene acostumbrados.

Finisterrae

Excentricidad o mero capricho, burla o experimento visual, parodia de un cine contemplativo y profundo que interesa ya a muy pocos (nunca interesó a demasiados, pero sí que en los 60 y 70 estuvo más de moda), lo cierto es que Finesterrae resulta una obra insólita, distinta, rara y con personalidad dentro del panorama cinematográfico español. Podrá gustar más o menos, provocar la irritación en el espectador o su complicidad absoluta (como es mi caso), pero lo que resulta del todo indiscutible es que nos encontramos con un realizador, Sergio Caballero, que sin renunciar a plantearnos un argumento de estructura clásica, si que intenta sorprendernos, desconcertarnos hasta tal punto que nunca sabemos que va a suceder en la siguiente secuencia, que nueva y extraña peripecia van a protagonizar estos dos fantasmas que, cansados de su vida espiritual, desean adquirir una personalidad carnal y humana. Para ello, deberán realizar una peregrinación hasta Finisterre. Señalar que los supuestos fantasmas son dos (o más) actores que permanecen casi todo el film cubiertos con una sábana blanca; una máscara blanca con dos agujeros negros pintados simulan los ojos; uno va a caballo (o en silla de ruedas cuando está pescando) y otro va a píe y porta un curioso estandarte; el primero parece más fuerte y más duro mientras que el segundo está lleno de miedos y complejos. En su extraño periplo se alternan peripecias de desigual interés pero en las que siempre sucede algo como mínimo curioso o sorprendente: fantástica, por ejemplo, la secuencia que se desarrolla en el bosque de las palabras, un bosque en el que todos los árboles portan un par de orejas de plástico y se pueden escuchar diferentes conversaciones entremezcladas o la divertida y loca secuencia del sueño del fantasma cansado.

Finisterrae

Otro aspecto bastante curioso es el modo en cómo está doblada la película: los fantasmas se expresan y dialogan en todo momento en ruso, por lo que todo el film hay que seguirlo con subtítulos. En uno de los extras que vienen incluidos en el dvd se explica la manera como se realizó esto: los actores vestidos de fantasmas iban siguiendo las indicaciones que les hacía el director en cuanto a acciones, movimientos etc., pero no pronunciaban palabra alguna. Posteriormente, el film sería doblado por entero por actores rusos. De nuevo surgen las mismas cuestiones que planteaba al principio de la reseña ¿Por qué?… ¿Mero capricho? ¿Un extraño sentido del humor? ¿Burla del cine de autor contemporáneo europeo? Quizá un poco de todo.

Las diversas peripecias que se van sucediendo a lo largo de este viaje ¿iniciático? juegan constantemente con la credulidad del espectador; se nos muestran además como producidas por la improvisación del momento o mejor dicho, provocadas a partir de la inspiración “divina” del director lo que aporta al film una enorme frescura y a la vez trasmite una sensación de libertad creativa (o lo que es lo mismo, “me importa una mierda lo que podáis pensar, yo voy a hacer esto porque me apetece y punto”) como hacía tiempo no veía en una película. En ella, hay lugar para el juego, lo onírico, lo mágico (ese fantástico desenlace casi de cuento infantil o toda la secuencia frente a la Catedral de Santiago en la que cualquier cosa puede aparecer o suceder gracias a la magia) e incluso hay espacio para lo naif o lo poético. Sin embargo, esto no se traduce en un estilo sucio o descuidado, sino muy por el contrario perfectamente medido y equilibrado en cuanto a puesta en escena, de un limpieza impoluta.

Finisterrae

En Finisterrae se produce, sin embargo, una curiosa paradoja: por un lado, parece querer parodiar a ese cine contemplativo, de arte y ensayo, comandado por realizadores tan densos (por decirlo finamente) como Andrei Tarkovsky, Theo Angelopoulos, Wim Wenders, Alain Tanner, Miklós Jancsó, Lars von Trier o Manoel de Oliveira, pero a la vez participa y es cómplice de aquello que intenta parodiar. Caballero realiza un film cuyo principal interés reside en cómo está contando, en la fuerza de las imágenes que nos regala en conjunción siempre con una banda sonora variopinta y sorprendente (un viaje también musical que va desde  Bach a Suicide) unido a un sentido del humor muy particular con el que hay que saber conectar.

En otras palabras, una película cuyo placer reside en la contemplación pero que —al contrario de algunos de los realizadores antes citados— no invita a la reflexión ni intenta plantear ninguna cuestión de profunda transcendencia humana (al menos yo no se la he encontrado). Quizá en esencia pueda resultar un film vacío de contenido pero pienso también que esta (presunta) vacuidad es totalmente intencionada por parte del autor. Así, Caballlero enfoca el film como un mero divertimento personal del cuál el espectador puede participar o no. De este modo, sí el espectador (como es mi caso) consigue conectar desde un principio con la película le resultará una experiencia que tardará mucho tiempo en olvidar.

Finisterrae

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