Ocho, argentino que tiene su residencia en Nueva York, está pasando unos días en Barcelona. La rutina durante su estancia no varía en exceso: baja a la playa a sentarse en la arena y darse un baño, se sienta en una terraza a tomarse una cerveza, vuelve a su piso alquilado en Airbnb, nuevamente se toma una cerveza, sale al balcón a mirar a los viandantes… Todo muy sosegado y relajante. Al menos hasta que se topa con otro chico en la playa y entre ambos parece surgir una curiosa atracción, que se confirmará cuando Ocho le vea desde su ventana y le invite a subir. El hombre en cuestión es Javi, que habitualmente trabaja en Berlín pero que también ha acudido a Barcelona por unas jornadas.
Este repentino encuentro cimenta la historia que el bonaerense Lucio Castro nos presenta en Fin de siglo, un film romántico y evocador, pero que en su estructura narrativa esconde bastante más de lo que se podía imaginar. Y eso que el comienzo parecía señalar algo más sosegado, con unas escenas plagadas de silencios en las que vemos a Ocho deambular por su piso y por las calles de la Ciudad Condal. No es hasta el encuentro entre ambos protagonistas cuando el primer diálogo resuena en la pista de audio de la película.
En efecto, durante el inicio de Fin de siglo parece que Lucio Castro nos propone una cinta de resonancias muy parecidas a las que habíamos visto en otros dramas románticos, con dos personajes perdidos que, en una atmósfera de paz y silencio, ven como sus vidas se entrelazan. Tras los primeros encuentros entre los protagonistas, sin embargo, el cineasta rompe esta sensación y se lanza a esbozar una narración donde la línea temporal llega a confundirse, de manera que somos capaces de interpretar ciertas cosas en lo que se refiere a la relación entre Ocho y Javi pero hasta que no pasan los minutos no se termina de descifrar, en parte, el contexto que define sus respectivas vidas. Aquí ya somos capaces de comprobar a qué se refería el título de la obra.
La apuesta por dotar al relato de Fin de siglo de una organización temporal diferente no solo no obstruye la vena romántica del film, sino que le otorga un plus de cara a intentar disipar lo que se escondía tras esos dos presuntos desconocidos que en realidad no lo eran. Aquí influye la buena caracterización que de sus personajes realizan los dos protagonistas, tanto Juan Barberini como Ramón Pujol, que muestran una gran naturalidad en sus propios papeles como en la relación que reflejan al aparecer juntos en pantalla.
Precisamente esta chispa que surge entre los protagonistas, reflejada a la perfección en todos los sentidos (sus diálogos, las silenciosas miradas que se cruzan al principio y las creíbles escenas de sexo que representan), es lo que invita a seguir atentamente cómo evoluciona su historia y qué se escondía tras ese recuerdo que uno tiene del otro. No resulta sencillo mantener esta sintonía y, de hecho, se nota con claridad como la película tiene un pronunciado bajón hacia la mitad de su metraje para luego repuntar de nuevo en la parte final de su narración.
Fin de siglo es, pues, un envite lanzado por parte de Lucio Castro que se salda con un triunfo en lo que se refiere a ofrecer algo diferente y atrevido en su aspecto narrativo, al tiempo que mantiene una clara línea romántica tanto en las palabras como en los silencios que se cruzan Ocho y Javi, si bien la ejecución final puede que diste algo más de lo que se podía esperar con semejante buena propuesta.
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