Filth viene a unirse a este colectivo de películas que Danny Boyle, para bien o para mal, dio comienzo en 1996 con su aclamada Trainspotting. Se trata de una serie de películas provinentes del Reino Unido, a menudo emparentadas con este subgénero denominado neonoir, con una clara inspiración en el sello de Marsin Scorsese y Quentin Tarantino, como demostraron Guy Ritchie y Antonia Bird con sus contemporáneas Lock and Stock, Snatch: Cerdos y Diamantes y El rostro. Un conjunto de películas que comparten estilo (esta narrativa que demuestra agilidad, en donde el director no teme hacerse notar mediante un montaje movido, a menudo acompañado por una voz en off…), temática (mafia y drogas, básicamente) y ubicación (como dijimos, films procedentes del Reino Unido). Si bien es un tipo de cine de formato muy vistoso y fácilmente disfrutable, también corre el riesgo de caer en el terreno de lo prefabricado: al ser un estilo claramente referencial, el director debe asumir la responsabilidad de imprimir algún tipo de sello personal si no quiere que su trabajo se convierta en un circo de clichés ya usados.
Y este es el principal inconveniente del segundo trabajo de Jon S. Baird, una película que deposita toda su confianza en que su condición genérica (o estilística, según como se mire) baste para despertar nuestro interés. Ello no quiere decir que se trate de un trabajo descuidado: todo lo contrario, pues cada secuencia está cuidadosamente cronometrada. De hecho, el mismo arranque plantea una curiosa presentación de personajes muy preocupada por presentar estilos y establecer roles. El problema es que todo ello suena a refrito, a visto infinidad de veces y sin un solo rasgo estilístico que conduzca la pieza hacia un terreno mínimamente personal. Y este conformismo, esta falta de interés por sellar el trabajo, choca precisamente con la inconfundible autenticidad de Irvine Welsh, escritor de la novela que la película adapta (y también de la mencionada Transpotting). Pues el aspecto “bizarro” del escrito original no admite convenciones preestablecidas, ya que su particularidad exige un tratamiento muy cuidado en cuanto a ejecución formal: el estilo que Boyle presentó al adaptar Transpotting sirvió para aquel casó concreto, pero cada novela de Welsh parece requerir una visión concreta e independiente.
Aún así, no deja de ser una película entretenida y resuelta con cierta profesionalidad. Entre algunas de sus cualidades, tenemos esta sólida dirección de actores, que nos da uno de los mejores momentos de la carrera interpretativa de James McAvoy (en un papel a veces comparado con el que Leonardo DiCaprio nos sorprendió en El lobo de Wall Street), en la piel de un excéntrico (y drogadicto) personaje que incluso brinda a la película determinados instantes de brillantez. Con todo, Filth es un trabajo que pretende más de lo que logra, y que en resumen, a pesar de contar con claras intenciones de forjar una firma autoral, termina por caer en el terreno de las copias que no logran imprimir personalidad, en una adaptación que con toda evidencia pedía ser realizada con un sello mucho más distintivo.