El plano sostenido de un bosque a las afueras de la ciudad se desplaza en un ligero movimiento a una cuneta en la que veremos deslizarse la figura de un infante abre Someone Else’s Happiness, el que supondría debut tras las cámaras de Fien Troch en una imagen que bien podría glosar esa predilección de la cineasta por la puesta en escena, por hallar una extensión en cada recurso a aquello que se asemeja como uno de los pilares de su cine. Algo que se podría reafirmar en cada ligero movimiento de cámara —véase los soberbios ‹travellings› que realiza tras el asalto en una de las residencias del barrio donde se desarrollará la acción y después del anuncio que recibirá uno de los personajes femeninos en medio del supermercado por parte de su marido—, pero que sin embargo queda recogido en las inamovibles estampas que irán surcando el relato, descubriendo en los planos abiertos —en especial, medios y generales— un magnífico aliado.
La autora de la recién estrenada La chica que sanaba (Holly, 2023), otro de esos talentos belgas por descubrir (como también sucede con un Bas Devos cuyo último largometraje, Here, llegará próximamente a salas) despliega a través de esa austeridad que complementa a la perfección con sencillos recursos, un ambiente inhóspito que encuentra en un barrio suburbial su epicentro, esbozando en cada pequeño detalle, ya sea en esas susceptibilidades que irán dando forma al panorama como en un retrato que apela a la cotidianidad vulnerada por un inesperado y trágico suceso, una turbiedad más propia del cine de género que del terreno dramático que se supone afronta su autora; una forma desde la que filtrar el tono que se deslizará bajo cada pequeño rincón de esa comunidad, proyectando enrarecidas secuencias desde las que afinar ese prisma poliédrico que propone.
Someone Else’s Happiness teje de esa manera una maraña que casi se podría desglosar en viñetas independientes, pues aunque en la obra de Troch confluye un mismo motivo y todas quedan conectadas por ese acontecimiento, cabe destacar una narrativa que, en ese sentido, sabe focalizar sobre cada escenario aportando matices que otorgan una perspectiva mucho más compleja a sus estampas, pero asimismo queda condensada por una homogeneidad que sin lugar a dudas expande sus atributos. O, dicho de otro modo, todo queda congregado bajo una misma capa que es la que dota de ese extraño poderío a la obra de la autora de Home, logrando también incidir en un carácter “voyeurístico” que es el que asume el propio espectador; ello no implica ni mucho menos una distancia que se podría comprender por la configuración que otorga la belga a cada plano, pues Someone Else’s Happiness consigue sostener una capacidad de sugerencia que es la que lleva al público a quedar atrapado en un viciado mosaico.
Aquello que se podría antojar como una mera aunque triste noticia a pie de página, termina filtrándose bajo cualquier escenario posible, desde los públicos, ya sea una tienda o un supermercado, a los más íntimos, capturando una turbiedad que invade las vidas de los distintos personajes dibujados por Troch. El visor de la cineasta apunta así a una sociedad ahogada en sus frustraciones y propia desafección, y consigue palpar un lienzo teñido por imágenes inquietantes; la creación de esa atmósfera espoleada por la reseñable labor fotográfica de Frank van den Eeden —también conocido por ser habitual colaborador de Lukas Dhont— y el fabuloso trabajo del compositor Peter Van Laerhoven —a destacar ese potente tema principal que resuena con fuerza en varios momentos— contribuye a expandir un universo fílmico de esos que, con gestos aparentemente nimios, perseguirán durante no poco tiempo al espectador.
Larga vida a la nueva carne.