Esta 52ª edición del Festival de Cine de Gijón ha mostrado una clara predilección por películas de crítica social, en las que el espacio (la ciudad) prevalece como elemento narrativo sobre el tiempo, enfocándose especialmente en la juventud y en las periferias geográficas del mundo occidental. La selección de films como Traitors (Sean Gullette), Titli (Kanu Behl), Xenia (Panos H. Koutras) o Melbourne (Nima Javidi), dan buena cuenta de ello, además de ser los que se han alzado con los galardones más importantes. Por otra parte hay que destacar que en la Sección Oficial salvo películas como Xenia, White Bird in a Blizzard (Gregg Araki) o Métamorphoses (Christophe Honoré), se abandona el universo estético personal, el simbolismo y el mundo onírico en pos del verismo, siendo tal vez el caso de Party Girl (Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, Samuel Theis) el más paradigmático.
Las tónicas señaladas al principio, digamos: ciudad, juventud, entorno hostil… no sólo marcan el carácter de una elección que puede tener como motivación la muestra de un cine que critica las sociedades en las que se inscribe, sino que también denota un particular estado de las cosas en el orden del mundo. Más allá del interés puesto en el cine realizado en países como Irán, Corea del Sur, India o Filipinas que ejemplifica la multipolaridad cultural en la que nos encontramos inmersos, resalta de manera especial la fijación en un determinado relato de la juventud en la metrópolis, cuyos “héroes y heroínas” siguen el modelo de las tragedias de Eurípides.
Digamos que este retrato pone énfasis en el agotamiento y la decadencia, en la corrupción ética como consecuencia de la lucha por la supervivencia en el interior de un sistema cuya lógica aplasta la voluntad individual. Ciertamente el escenario que mejor refleja esta realidad es la vida en la metrópolis, sea la Atenas de Xenia, la Delhi de Titli, el Berlín de Jack (Edward Berger) o el Tánger de Traitors. La cuestión es que todos estos films tienen como protagonistas a niños, adolescentes y jóvenes que con sus elecciones individuales navegan contracorriente en ese mundo hostil que les ha sido legado. Podríamos decir que un fantasma recorre estas películas, el fantasma de la culpa, de la conciencia de la quiebra ética que opera en las metrópolis capitalistas y la tragedia que golpea sus periferias, sus extrarradios. En este contexto la juventud se postula como posibilidad de redención y cambio, como renovación, como aire fresco que remueve el agua estancada.
La cuestión es que esta resistencia que muestran los protagonistas a caer en las dinámicas que sustentan la realidad que les atenaza siguen siendo individuales. Malika en Traitors no se plantea en ningún momento contar con sus compañeras para alcanzar el objetivo que persigue en la película, Danny y Odysseas en Xenia han cerrado el círculo de confianza a su relación fraternal que es el mismo caso de Jack… etc. En este sentido los protagonistas están doblemente desamparados, más allá de su situación social en la ciudad, esta carencia de colectivo intensifica la aridez de su lucha y les convierte en héroes de tipo tradicional. Precisamente la tensión individuo-comunidad que es llevada al paroxismo en la metrópolis es uno de los objetos de reflexión que se presenta hoy con mayor urgencia y mientras proliferan las iniciativas colectivas y crece la concienciación en torno a este punto, al menos en cierto sector de la juventud occidental, estas películas exhiben la carencia de redes y la orfandad que se mantiene como ley en muchos espacios marginales de los centros de poder geográfico. En resumidas cuentas, creo que este es el espíritu de los films proyectados, una ventana a otras realidades que pese a presentar morfologías diferentes trabajan la misma materia de nuestra realidad cotidiana.