La imagen transgresora que acompaña a la mujer que protagoniza Alabama Monroe es sólo un aspecto que parece marcar a nuestro director de la semana, Felix Van Groeningen, donde el cine es una imagen pero el estilo de vida, fuera de los cánones de perfección que exige la sociedad, es el drama donde anidar esa buena historia que se desea transmitir. Antes de llegar hasta la película que estrena esta semana y que ha conseguido éxitos por donde ha pasado, dirigió The Misfortunates (De helaasheid der dingen), la familia perfecta.
El apellido es una marca de identidad.
Gunther, el narrador de la historia, se encuentra inmerso en una familia disfuncional y aguerrida al descontrol y el alcohol. Hay dos momentos en su vida que marcar a fuego, dos determinantes pero no únicos, en los que basar su vida. Como escritor sin reconocimiento, siente la necesidad por sus circunstancias de recordar su pasado, más concretamente cuando contaba con 13 años y compartía su hogar con su abuela, su padre y sus tres tíos.
La familia Strobbe, conocida por todos, hace su vida en el bar del pueblo y sobrevive en base a los infortunios que les rodea. Cada uno de ellos es un personaje por sí solo: toscos, becerros y exaltados, pasan sus días como una continua fiesta con algún instante de claridad, siempre con una madre a la que recurrir en momentos bajos y que siempre les cuidará.
Para Gunther su padre es un ejemplo y un elemento del que mantener una prudencial distancia. No falta nobleza en la forma de actuar de cada uno de ellos, lo que no quita que se comporten como gansos sin terapia previa.
La película busca la cultura de bar de zonas frías y la transporta al hogar con un humor sangrante que rebusca entre transiciones de drama total. Esa casa donde cada cromañón es más bruto que el anterior y de los que se extraen las enseñanzas pertinentes para soportar la vida, son las que conforman el carácter del joven protagonista, que va descubriendo las diferencias entre su mundo y el que recibe a través de la escuela, tan distinto y desleal a lo que concibe como realidad.
Fortaleciendo al muchacho a través de estos diálogos bastos y pronunciados encontramos al hombre que surge de toda esta situación, que con inteligencia nos traslada a otro tiempo rescatando las vigorosas peripecias de cada miembro de la familia, demostrando que las almas complejas no surgen de la nada, lo que les rodea siempre serán elementos diferenciadores que matizarán la felicidad.
Porque aunque jodidos, todos estos tipos aprenden a ser felices a su manera, en cierto modo tienen claro cual será su futuro viendo cómo acabaron los que iban delante de ellos y su fuerza reside en la constancia, aunque sea en lo menos aconsejable. A Gunther se le ofrece la posibilidad de variar sus posibles caminos, de acertar o errar frente a sus ideales, cometer los mismos errores que cualquier humano dejándose llevar o rebuscar en su interior para encontrar salidas plausibles.
Pero todo resulta acertado cuando te lo venden como lo hicieron estos perdedores de largo rodaje, demostrando de nuevo que los belgas para el cine siempre serán más canallas y bestias que los demás, viciándose de complejos ajenos llevados a un extremo tan radical como reconfortante, porque el humor es sano y la tragedia y devastadora, pero la película vuela por libre sin pretensiones reformadoras, sólo con la sabiduría popular como ingenioso centro de operaciones.
Los Strobbe son fieles a sí mismos y a su vaso largo —y al corto, al sucio, al roto, a cualquiera de ellos—, lo que convierte a Van Groeningen en un tipo sin complejos que domina el lenguaje básico para llegar al espectador. Y eso es victoria asegurada, si los perdedores y los borrachos son tus amigos cinéfilos preferidos.