Fausto se sitúa entre la abstracción y la narración, entre la luz tenue de un atardecer y la oscuridad profunda de una noche sin luna. Trasladando el concepto de la novela de Goethe al documental de vanguardia, Andrea Bussmann regenera los mitos de Oaxaca para traducirlos a la realidad, darles un aire todavía más místico o simplemente subrayar sus fascinantes e inexplicables cualidades.
Tras una breve introducción en la que un narrador omnisciente cuenta la historia de “La Escondida”, lugar que obtiene su nombre de una leyenda en la que el mundo es creado de nuevo, la película empieza a adentrarse en una espiral de imágenes entre lo real y lo soñado. La playa es uno de los lugares recurrentes en los cuales se van a dar la mayoría de los “sucesos”, pues en su atractiva forma se esconde el secreto de las historias de los piratas modernos que arrancan del mar sus misterios y secretos. A modo de monólogo, unas cuantas personas cuentan variados relatos acerca de la magia y los espíritus en Oaxaca hasta llegar al punto clave que es la telepatía entre animal y humano. Un hombre viejo y barbudo, al que ya hemos visto en otras escenas tumbado en una hamaca, narra lo que para él y para la película, es el hecho que prueba definitivamente la existencia de un lenguaje oculto: Una telépata acudió a un zoo para intentar averiguar por qué una pantera se mostraba más agresiva que nunca sin motivo aparente y terminó diciendo al dueño que estaba preocupada por los cachorros que ya no estaban en la jaula de al lado. El regente del zoo se quedó estupefacto pues nadie, salvo él, sabía lo de esos cachorros; por lo tanto la pantera se lo había comunicado de alguna manera… Lo curioso de este relato es que conecta con Fausto no solamente por los temas sobrenaturales que en el film se abordan, sino porque el nombre de la pantera era “Diabolo”, palabra proveniente del griego que significa “calumniador”. Es decir, el Diablo, tema central en la película de Bussmann que juega un doble rol entre la realidad y el engaño, haciendo aún más rica su interpretación subjetiva.
Mefistófeles, Hacendado Voland, Mammon, Urián… muchos son los nombres que se dan al Diablo en la novela de Goethe, y muchos y complejos son los viajes que acaecen al sabio Fausto durante su estancia con éste. En la película se hace una única alusión a su mundo y es ciertamente reveladora, pues lo importante de la obra original es el pacto y el engaño que, desde el principio se saben parejos e inseparables. No hay modo de salir vencedor si se firma un contrato con el demonio y aunque Andrea Bussmann se base en multitud de cuentos que beben del Fausto original, la enseñanza que rescata es la más representativa. Entre la neblina, la noche y la luna llena subyacen las leyendas de casas encantadas, rituales y animales hechizados, pero en la forma de Fausto, en su ensayístico y vanguardista cúmulo de imágenes se encuentra la llave para apreciarla. Este es un film que se pregunta a sí mismo sobre el modo de mirar(se) y de leer(se), sobre la textura misma de una leyenda que se transmite y evoluciona con las generaciones de narradores que obedecen a su tiempo y actualidad. Fausto fue rodada en vídeo y transferida, después, a 16mm con el fin de crear una sensación orgánica que se traduce en la textura oscura y semi-granulada. La oscuridad es el vocabulario que utiliza la película para transmitir y darse a entender y al final la palabra es el elemento que lastra a la propia imagen subexpuesta. No es un problema grave, pero sí un desacierto que, por ejemplo, la obra de Pablo Chavarría Gutiérrez, La tierra aún se mueve (2017) —película de a que Fausto bebe en gran parte— no comete, consiguiendo hechizar de manera menos directa y, por lo tanto, más efectiva. Sea como fuere, Fausto es quizá la adaptación más libre que se ha hecho de la novela homónima y, sin ser la más destacable, merece sin duda ser admirada.