La mirada escondida
En 1948, tras el retiro de las tropas británicas en Palestina, el ejército israelí inició un cruel proceso de ocupación, arremetiendo violentamente contra pueblos palestinos que caían indefensos en manos de los soldados. La ópera prima de Darin J. Sallam, proyectada recientemente en el Atlàntida Film Fest, denuncia las masacres efectuadas contra su pueblo desde el punto de vista de Farha (Karam Taher), una adolescente de catorce años que se ve afectada por el conflicto justo antes de iniciar su carrera escolar. La propuesta de Sallam no es original, pero sí arriesgada, pues la subjetividad de Farha impera durante todo el metraje, de manera que, cuando la chica queda atrapada en un cobertizo —más o menos a mitad de película—, los sucesos de fuera se muestran a través de los únicos elementos por los que la protagonista observa su exterior: una rendija y una pequeña ventana.
Al anclar la mirada en Farha, Sallam disimula la escasez de recursos de su filme y construye una puesta en escena minimalista, despojada, en su mayor parte, de caprichos innecesarios, pero no suficientemente cautivadora como para no caer en el simplismo. De entre las ideas formales que se extraen de Farha, la más evidente es su marcado punto de vista, alrededor del cual podría despuntar una dialéctica entre el mundo cerrado y el mundo abierto que se presenta ante los ojos de la protagonista. Al inicio, la posibilidad de ir al colegio está en manos de Abu Farha (Ashraf Barhom) y la chica observa a escondidas cómo este se debate para tomar la decisión. El mundo se mantiene cerrado para Farha y es mostrado a través de los ventanales y marcos por los que ella lo observa. Más adelante, el mundo se le abre cuando se le comunica que irá a la escuela y, por lo tanto, Sallam deja de lado ese tipo de plano subjetivo hasta el ataque israelí por el que Farha queda encerrada en el cobertizo. En su secuencia final —tras rozar el sensacionalismo con un plano en el que se vislumbra el cadáver de un bebé fallecido— en Farha aflora, de nuevo, esta dialéctica. La protagonista parece hallar una libertad inaudita en su vida, pero la desolación del mundo que se le abre ante sus ojos parece más aterradora que el encierro al que se ha sometido.
El gran problema de Farha surge, entonces, de su principal punto de interés. La dialéctica a la que nos referimos es socavada por el propio Sallam, quien se centra más en acciones dramáticas que en la profundización de nuevos aspectos formales para explotar esta idea. Es así como, excepcionalmente, logra desarrollar escenas de tensión muy potentes, como la ejecución por parte de soldados israelíes de una familia frente al cobertizo, donde la mirada escondida de Farha debe testimoniar el horror de la guerra con tal de poder denunciarla posteriormente. Sin embargo, en general, la película se hunde en un eterno tiempo muerto cuando la acción se desvanece y Farha queda encerrada en el cobertizo sin hacer nada. Sallam no exprime la ausencia de dramatismo y convierte su filme en una experiencia tediosa y banal.