En Fantastic Machine, documental que reflexiona sobre la evolución de la creación de imágenes y los efectos que esta ha tenido en la sociedad, destaca la presencia del sueco Ruben Östlund como productor de este. El discurso satírico de buena parte de su filmografía, buscadora y mostradora de una constante sensación de ridículo, gracia, ingenio y excesos de muchas realidades actuales pone en preaviso de lo que Axel Danielson y Maximilien van Aertryck nos van a querer contar antes incluso de empezar a mostrar imágenes. Y es que uno no puede evitar acordarse de la escena del autobús en Fuerza mayor (película con la que Östlund obtuvo el Premio del Jurado en Un certain regard del Festival de Cannes), cuando el conductor está tomando una curva extremadamente cerrada en una carretera muy estrecha, pues el realizador sueco explicó en una visita a las oficinas de Criterion que está basada en un vídeo real que hay colgado en YouTube (y que tenía lugar en España), y que al parecer toma bastantes referencias de estos vídeos para algunas ideas que más tarde aparecerán en sus películas.
La diferencia en Fantastic Machine respecto a la anécdota convertida en escena de ficción es que los autores de la obra buscan construir un discurso que narrativamente no dependa de otra cosa que lo que sí ha sido, y no de construir de lo que existe algo que no es, ya sea como sátira o como crítica. Aquí uno descubre los elementos que espera encontrar, pero con una sensación de una mayor dificultad para armar un discurso. De hecho, muy de vez en cuando aparece una voz en off para que las imágenes consigan hilar mejor y así entendamos hacia dónde quieren que vayamos. Pero es que puede que ese objetivo ya quede claro en el inicio, pese a que luego la saturación de imágenes graciosas, extremas, impactantes o absurdas nos hagan dudar sobre qué tienes que sacar en claro. Básicamente porque la propia película se convierte a veces en lo que critica, pero sobre todo porque abarca mucho en poco tiempo y con pocas palabras, lo cual es tanto un acierto como un fallo. Le interesa hablar sobre el origen y la evolución de la creación de imágenes, del capitalismo que lo absorbe todo, del momento actual —el uso de las redes sociales, el incremento de ‹stories›, ‹reels›, etc.—, de cómo las imágenes están prácticamente tergiversando la realidad, o deconstruyendo una realidad que ofrece imágenes que en persona no existen. Y así con todo.
Por eso es fácil encontrar muchas satisfacciones durante la visualización de Fantastic Machine. Porque habla sobre la “creación” de los contenidos, reflexiona sobre lo que estamos contemplando (o consumiendo), al mismo tiempo una representación, al mismo tiempo realidad. Habla sobre la información, y cómo esta ha ido evolucionando hacia el espectáculo y el entretenimiento. También aprovecha para dedicar unos minutos a los ‹influencers› y su estupidez (sobre todo en los casos que van más allá de vender algo), y para cuestionarse si cuando vemos un informativo en la televisión esperamos obtener información de una fuente fiable o nos da igual. Tampoco se olvida de lo que está por venir, dejando datos sobre el consumo de vídeos, la cantidad de publicaciones por minuto y lo que somos y hacemos con ellos, recordando por un momento lo poco y finitos que somos todos. Destaca, ahí, el momento en el que un simio se queda varios minutos viendo fotos de sí mismo en Instagram, demostrando que es una cosa adictiva, al tiempo que también se convierte en irrelevante, sea el contenido que se muestra relevante o no.
Sin embargo, igual que tiene todo eso de positivo, en el lado negativo está que es un batiburrillo de muchas imágenes e ideas que parecen terminar en nada. Una anécdota. Una reflexión que puede que ya esté tan extendida y normalizada que dé un poco igual. Al final, después de tanta evolución en internet (quizás la reflexión paralela de la de las imágenes en Fantastic Machine), lo que nos vienen a decir sus autores es que se ha normalizado vivir en un escaparate permanente, y esto es algo que con una sola frase ha dicho justo hoy Arantxa Tirado en su cuenta de Twitter. Pero bueno, quizás por eso también haya que valorar que, a pesar de esto y lo otro, de lo mejor y lo menos mejor de esta película, toda reflexión termine en realidad en uno mismo, ya que la mayoría de nosotros consumimos tanto imágenes como las producimos, y he usado las palabras consumir y producir con su significado más capitalista aquí. Porque ahí también me he visto a mí, en este caso desde fuera —es un decir—, escribiendo y publicando en internet o viendo vídeos de lo que el Estado de Israel perpetra en Gaza con auténtica congoja, rabia y desconsuelo, y al seguir haciendo ‹scroll› me he encontrado con vídeos o memes graciosos con los que he reído sin haber pasado 10 minutos entre un momento y el otro.