Las fotografías nos ofrecen siempre un reflejo de aquello que fueron en un determinado momento las personas que habitan en ellas. Son el remanente en la memoria de quien recuerda lo que allí estaba sucediendo, o un estímulo para evocar lo que esa imagen significa para aquellos que no participaron. Se puede pensar en la intención de quien captaba la instantánea, lo que hizo que posaran de una determinada forma o cómo pudo ser el transcurso de ese día concreto, ese año entero, esa vida de la que ahora conocemos lo que, para los de la foto, era el futuro. Una imagen que plasma unos segundos es una invitación al recuerdo, al pasado, a la historia en sí misma.
Aitor Merino se apoya en fotografías, pinturas, dibujos y cintas de vídeo para reforzar esa idea de recuerdo colectivo en Fantasía, título que roba al bautismo de un mastodóntico crucero en el que, antaño, se embarcaron sus padres, su hermana Amaia Merino —con ella dirigió Asier ETA biok— y él, viaje que inicia este estudio del paso del tiempo, de la memoria conjunta e individual, de los lazos personales en un documental íntimo y a la vez generalista, mimetizado en las vivencias de cualquiera. ¿Acaso no está aquí también tu familia y sus nimiedades más características?
Fantasía es un cuidado trabajo de autogestión de la familia y su legado. Al principio se habla del primer antepasado que dejó algo escrito para la posteridad, y se cierra esperando que a alguien le llegue una imagen parcial de lo que los últimos supervivientes de esta rama familiar mostraron a cámara. Es la voz de Aitor, apenas influyente en el total, quien a veces nos guía en lo que se quiere conseguir, mientras el tiempo avanza y retrocede a su antojo para dar una forma concreta a sus palabras. Nos sumergimos en las aguas del Mediterráneo como lo hacemos en lo cotidiano de estos padres y el peso de los años que va cayendo en sus hombros. Son momentos equiparables, es imprescindible conocer ambas imágenes para que ese “todo” que quiere narrar el director nos llegue directo.
El documental está lleno de cercanía y sentimiento, las navidades y las vacaciones son el sustrato para todo tipo de situaciones, quizá casualmente por ser cuando la familia podía convivir, quizá por aquella necesidad de restarle importancia a las fechas precisas y desear que florezca el recuerdo concreto a partir de la situación mundana. Merino reinterpreta a la familia dejando que unas veces actúen de forma distendida para su cámara, para acto seguido ser un mero intruso en la intimidad más realista. Es aquí donde encontramos retazos de nuestro pasado y presente, donde juega a arrebatarnos ese lado tierno, un poco triste, para aquellos que vamos contando las arrugas de los que nos rodean. El poder de la añoranza.
Hay amor, arrebatos, enfados y diversión que nos ofrecen una compacta idea de la familia de Aitor, pero también una fuerte carga visual, una mirada férrea sobre todo ese trabajo de documentación, dentro de los álbumes familiares, que nos permite reflexionar sobre el paso del tiempo y cómo este hace mella en las relaciones personales. Así consigue que nos demos cuenta de la importancia de ese avance para que, al toparnos de nuevo con aquellos documentos gráficos, la historia haya variado hasta adaptarse a nuestra mirada, siempre cambiante, gracias a todo conocimiento adquirido. El recuerdo como constante variable en el tiempo.
Fantasía es un documental cercano, que convierte la intimidad en un escenario en el que no nos sentimos intrusos, tal vez por la verdad que se muestra. Aunque sea una cápsula del tiempo creada por y para Merino, introducirnos en ella es un acierto, pues su forma de plasmar vida y muerte, sin un reloj que marque el presente, solidifica esa idea donde, sin decir nada concreto, todo se sobreentiende. El tiempo es el que varía constantemente el recuerdo, al que siempre necesitamos volver, y que hace imposible que nos sintamos ajenos a Fantasía, nos guste más o menos.