Esta es la película de mi amiga Lucía. Ella no conoce a Liliana Torres ni a su familia, pero sí tiene una historia propia. En realidad, todos tenemos una amiga Lucía, algunos incluso somos Lucía a veces, o a cada minuto. Si Lucía viese la película, sentiría que un pedazo de su vida está en la pantalla, que alguien ha plasmado lo que siente de vez en cuando, en el momento de enfrentarse a una esperada vuelta a casa, que se distorsiona poco a poco, al mezclar tantos encuentros cronometrados con familia y amigos… eso que nuestra Lucía interior vive es Family Tour.
Liliana Torres ha abierto en canal su vida para contarnos una historia más que cercana, mil veces vista sin intermediarios, y lo utiliza como una sesión terapéutica para analizar su intimidad y divertirnos a todos los demás. Lo hace de un modo atrevido, entrega su historia a la actriz Nuria Gago, le presta su modo de ver las cosas y a su familia para dar forma a un viaje, probablemente uno más, de México a casa para pasar unos días con los suyos. La situación es sencilla: llegas, te alegras de encontrar de nuevo a todos y te das cuenta que estás en un lugar extraño, ese en el que creciste y es más tuyo que de nadie, esa sensación de hogar dulce hogar distorsionada por el tiempo, donde tú has cambiado, pero todo sigue igual.
La compresión de la visita es la que invita a los estresantes momentos que vive nuestra protagonista, un descontrolado paseo por los tópicos puntos que visitar cual turista con cámara en mano. Los monumentos son abuelos, tíos, primos y amigos, con una madre haciendo de madre, con sus incomprensibles razonamientos, un padre algo distante al que es difícil complacer y una hermana que crece lejos de ti y tiene la cabeza en sus cosas. Esta intrusión en la vida de otros, que desean estar contigo y preguntarte por todo y por todos se une a la normalidad de quien te vio hace dos días, una mezcla un tanto explosiva que se repite en cada hogar que debe visitar.
Liliana se sincera y acierta, simplemente normaliza la situaciones, y cuanto más rocambolescas se vuelven las conversaciones, más comprensivos nos sentimos los demás, en un equilibrio que hace que la película vuele a un gran ritmo. Sólo hay una actriz en toda la película, volcando la complicidad de todo lo que ocurre: no se necesitan grandes interpretaciones cuando la realidad prima sobre la narración. Tal vez se echa de menos que desaparezca el reflejo de Liliana y aparezca la verdadera, aunque Nuria hace un gran papel, derrochando naturalidad en cada momento. Una película-espejo siempre tiene que buscar a quien quiera mirarse en ella, pero su ligereza se vuelve atractiva y amena para saber disfrutarla.
Los forasteros en su propia casa se encontrarán en su salsa, todo el mundo crece, vuelve a esa habitación donde dormitaba durante horas y soñaba con un mundo ideal, y se siente pequeño de nuevo y demasiado grande para que los pies sigan cabiendo en la cama, una sensación de «ni contigo ni sin ti» que envuelve a cualquiera. Tal vez podríamos llamarlo ser adulto, nostalgia imprevista… o que en realidad nada cambia, sólo es que uno se vuelve más petardo y se da cuenta que la familia es un grupúsculo de lo más ideal y cansino a un tiempo. Pero sólo unos días, que muchos puede ser malo para la salud. O si no, que se lo pregunten a nuestra amiga Lucía.
Que maraviyosa esperiencia