La llegada de Simi a casa de su tía no trastoca los planes familiares que se deslizan de una mirada inflexible, la de Claudia, quien se alza como protagonista central de una función en la que dispone y precisa cada uno de los elementos desde los que poder celebrar una Pascua como mandan los cánones de la tradición. Bajo esa tradición, que muda su piel hacia un esoterismo que su madre le advierte a Simi que siempre ha estado presente en la visión de Claudia, Peter Hengl cincela uno de esos films que se cuecen a fuego lento, sin prisa pero sin pausa, mostrando cierto gusto por el detalle, por todo aquello que cuando no se señala se insinúa, y el espectador debe ir complementando con la información que se le otorga; algo que, si bien es cierto, no resulta demasiado complejo a tenor de los acontecimientos, encontrándonos ante un relato cuyo punto fuerte no son ni mucho menos vaivenes narrativos o posibles giros que se puedan ir sucediendo, siendo en ese sentido Family Dinner un film que más bien apela al clasicismo en el momento de trazar ese relato que cala paulatinamente y va administrando sin premura cada puntualización.
Así, en el entramado sostenido por el austriaco destaca el punto de vista narrativo, que no se despega de Simi en casi ningún momento, y desde el que se articula quizá el aspecto más interesante de la cinta: y es que Heigl juega con la perspectiva y los roles de modo que no nos encontremos ante un terreno tan conocido como se podría presumir. La figura de la víctima, esa que intenta advertir a todo aquel que puede a su alrededor, dejando indicios de que nada bueno se cierne sobre ese particular rigor y talante que sobrevuelan el hogar, no adquiere un primer plano y sirve para poder ir dotando de cierta forma a aquello que sucederá en esa casa en mitad de la campiña. Un temor, por otro lado, alimentado desde una figura paterna impostada que cobra vida en Stefan, la pareja actual de Claudia, y que pese a su impulsivo y un tanto anárquico carácter no parece ser motivo de preocupación para ella lejos de las más que evidentes señales. Y es que, aunque desde el prisma del espectador se pueda percibir como un ente amenazador, a los ojos de la tía de Simi todo adquiere una apariencia normal siempre que se sigan sus consignas.
Con ligeras dosis de humor negro, y la vista siempre puesta en la mirada de Simi, que observa con interés el entorno, viendo como esa suerte de familia disfuncional teje todo tipo de relaciones a su alrededor, Family Dinner compone un marco gobernado en todo momento por Claudia: desde el diálogo hasta el gesto, la matriarca —un vocablo, por cierto, muy idóneo en tal contexto— domina cada uno de los espacios y situaciones, ejerciendo incluso presión sobre Simi cuando esta decida acudir en su ayuda para adelgazar y Claudia encuentre pequeños indicios desde los que actuar con mano dura. Es, de hecho, la intención de la protagonista, aquello que desatará reacciones adversas en torno a su postura, que esta zanjará apelando a su poder de decisión, marco aprovechado por Heingl para trazar un tan tenue como bien implementado alegato. Algo que, por otro lado, no se extiende al resto de metraje, y es que el austriaco es del todo consciente de las posibilidades de su film, obrando en consecuencia y componiendo una pieza cuyo último acto quizá no posee la fuerza adecuada, pero que cuanto menos se estima una atrayente primera toma de contacto con el medio que ojalá se expanda con el mismo trazo en futuras creaciones.
Larga vida a la nueva carne.