El segundo largometraje de Ana Rodríguez Rosell es una romántica pieza de cámara a dos voces ambientada en la República Dominicana. Narra, con una languidez en ocasiones exasperante, el reencuentro de una pareja que se dispone a afrontar, en escasas veinticuatro horas, el recuerdo de un pasado mutuo repleto de turbulencias que acabaron, en último término, con el fin de la relación. Es decir, es una obra construida sobre los escombros de una historia de amor que juega, y he ahí lo más interesante del asunto, con la idea de reelaborar esa memoria sentimental marcada por el desengaño y la decepción hasta el punto de conseguir erradicar (como se eliminaría del cuerpo el resto de un veneno) todo aquello que ocasionó la separación de la pareja, reemplazado ahora por un pasado imaginario e ideal que permita reinstaurar el deseo amatorio en los protagonistas. Este interés de la realizadora por el empleo de la imaginación no se percibe únicamente en la desesperada estrategia de Aslan, el personaje principal, por enmendar los errores que cometió tiempo atrás, sino que afecta también al mismo tono del relato, cuya callada sobriedad, labrada sotto voce, se deja contaminar por un tono fabulatorio y cuasi-mágico que la parábola del león y el corazón que se repite durante el metraje ayuda a reforzar. Lamentablemente, la altura poética que alcanza la película es muy escasa, lastrada como está por obvios apuntes metafóricos (el modo en que se explicitan los roles del león y el corazón en su tramo final es muy desafortunado) y por un lirismo cuyo amaneramiento roza a veces la simple cursilería (el corazón en la arena).
Puede que, entre los referentes que ha manejado Rossell, estuvieran los vehículos matrimoniales de Bergman o Cassavetes (nombres ineludibles siempre que hablamos de las luces y sombras de la vida en pareja). En cualquier caso, la referencia que más salta a la vista cuando se ve esta película es la de Isabel Coixet, cuya poética ya un tanto degradada (casi metida de lleno en vacías texturas publicitarias) parece adoptar ocasionalmente la autora de Buscando a Eimish (el uso insistente y no del todo satisfactorio de un tema de Sigur Rós puede servir de ejemplo, si bien también hay ecos argumentales directos de Ayer no termina nunca), eso sí, de un modo más prudente y contenido. El problema es que este ejemplo de contención se vuelve en su contra cuando el material dramático no alcanza el nivel mínimo de interés que uno desearía, algo que, desgraciadamente, ocurre con más frecuencia de la esperada. Quitando algún momento en el que el afán por reinventar lo vivido depara algunos instantes de cierta turbación (el banquete de bodas), el resto se mueve entre lo anecdótico, lo pintoresco y lo insípido, con una narración que transcurre con paso desganado sin despertar demasiada curiosidad hasta la llegada del momento de la revelación, en cuyo punto el espectador ya está algo aletargado y la emoción no aflora con la intensidad que debiera. Tampoco su economía expresiva se canaliza de forma interesante: los silencios pesan demasiado y la declamación de los diálogos (en los que se cruza inglés, español y alemán) favorece un ritmo pastoso que acaba pasando factura.
Es una lástima, porque tanto Emma Suárez como Birol Ünel se entregan a sus respectivos personajes con encomiable fe (si bien servidor nunca tuvo la sensación de que empastaran del todo como pareja), pero el lirismo de tono indie de que hace gala la película no termina de trascender el punto de partida que sostiene la película, quizás porque todo en ella está muy a la vista, muy señalado y subrayado, desde la asociación de Aslan con el león (incluso el escenario casi único de la casa-restaurante tiene matices selváticos en su decoración) hasta la evolución previsible del personaje de Alma, neutralizando cualquier posibilidad de misterio que hubiera enriquecido la historia. Falling se levanta sobre el peso de lo que fue, sobre la carga que dejamos en los demás y sobre la posibilidad remota de reparar el daño causado (o de construir una realidad alternativa y precaria al amparo de nuestros deseos), pero todo esto, que es en el fondo apasionante, se queda prácticamente en nada por el ingenuo y poco incisivo tratamiento que Rossell otorga a la historia de Aslan y Alma. Pese a sus buenas intenciones, ni el tacto de su directora ni el esfuerzo de su reparto consiguen hacer que esta sentida historia de amor nos embauque o emocione. Una pena.