La versatilidad es uno de los adjetivos más frecuentemente usados para señalar el talento de un actor. Viggo Mortensen da buen ejemplo de ello. Sin embargo, su caso es algo especial. La extensa filmografía que conforma su carrera no sólo es diversa en lo que a tipología de personajes se refiere. También contiene, por ejemplo, una gran variedad de géneros. Entre ellos se cuentan el cine de aventuras, el thriller, las adaptaciones literarias (e históricas), el futuro distópico, los dramas sociales e incluso un western y una comedia. Yendo un poco más allá, no es difícil observar que el actor entra y sale de los circuitos comerciales con notable regularidad. Es decir, que la filmografía de Mortensen también es variada en cuanto a recursos y “dimensiones económicas”. Por último, cabe destacar que sus personajes saltan de un país a otro, desde USA hasta Francia, pasando por España, Canadá o Argentina… y entre ellos podemos encontrar interpretaciones realizadas hasta en 5 idiomas (con acentos distintos en los casos del inglés y el español).
Sin embargo, existe cierto rasgo identitario en casi todos sus papeles. Pensemos en aquella mirada distante, aquella expresión de sabiduría modesta, aquella sugerencia de escepticismo con pequeños dejes de alma sufrida pero conformada. Casi podríamos decir que, salvando puntuales excepciones (casos como Green Book o Jauja), la carrera de Viggo Mortensen conforma una suerte de discurso. Algo parecido a la construcción de un personaje muy voluble, que solemos reconocer por su mirada trascendental e inconformista. Entonces, no es descabellado decir que estamos ante un actor en cuyo trabajo destaca cierto contraste: la versatilidad de sus trabajos frente a la (relativa) homogeneidad de la psique de sus personajes. Esta contraposición también la encontramos en su debut como director, y es una de las principales responsables de su maravilloso acabado.
Sin duda, lo más destacable de Falling es el personaje de Willis Peterson. Alma noble en su juventud, el peso de la vida lo convirtió primero en un patriota escarmentado, más tarde en un padre de familia fatigado, después en un patriarca severo y finalmente en un anciano irascible, conservador e intolerante. Sólo la buena relación que mantiene con su nieta da prueba de algún resto de su dañada nobleza. El principal punto fuerte de esta película reside en la capacidad de tan despreciable personaje por despertar interés e incluso compasión (no me atrevo a escribir ternura). En ese aspecto, y aún siendo películas muy distintas, el debut de Mortensen me recordó levemente al trabajo Mommy de Xavier Dolan. Ambas películas exponen enfrentamientos profundamente desagradables que, a pesar de su dureza y reiteración, no resultan repetitivos ni escabrosos. Y en ambos casos es el realismo y la credibilidad de sus directores (con estilos casi opuestos) el responsable de mantener vivo el interés.
Pero la contundente caracterización de dicho personaje es sólo una de las dos grandes cualidades de la película. La segunda, mucho menos homogénea, es el conjunto de pequeñas y dispares genialidades que pueden observarse en ella. Me permito citar algunos ejemplos. La frase de Willis que arranca los sollozos de su hijo bebé. La elegante introducción en la historia de la identidad sexual de John. La sutil forma de explicar por qué la familia Peterson no presenció la muerte de Gwen. El estallido de emociones que sugiere la última discusión entre padre e hijo. La decisión de recurrir a actores casi desconocidos. El inspirado desenlace en donde una frase y una imagen dan cierre al discurso del director con absoluta discreción. Parece como si Viggo Mortensen hubiera almacenado durante años todo un conjunto de recursos, ideas y discursos que ahora dan a su película una preciosa y profunda personalidad. Algo a lo que se suma la increíble humildad con que el actor asume (y borda) su papel.
Como entredijimos, la contraposición de ambas cualidades da a la película un acabado muy parecido al de la carrera del actor: tanto en un caso como en el otro, estamos ante una tipología de personaje (relativamente) homogénea que tiene como contrapunto un conjunto de estímulos (no tan) heterogéneos. De ahí que Falling pueda entenderse como una película cocida a fuego lento, a golpe de experiencias, algunas adquiridas durante la carrera cinematográfica del actor y otras mucho antes. En resumen, existe una suerte de sinergia entre filmografía y película. Que son dos trabajos igualmente aplaudibles.