La política. La economía. El tiempo. La burocracia. La vida. Cosas que no se detienen bajo ninguna circunstancia. Ni aunque la circunstancia sea tan trágica como un terremoto. Ni aunque ese mismo terremoto destruya una ciudad. Una ciudad pequeña, entre las montañas. Solo 70.000 habitantes. Cifras, números, papeles, mucha generalización y pocas historias. Hasta que llega un hombre como el director Qi Zaho y se adentra entre los escombros para recomponer pedazos de vida.
El terremoto de la ciudad de Sichuan en 2008 dejo 20.000 muertos y una ciudad destruida. El gobierno chino pronto decidió reconstruir la ciudad, hasta que, en 2011, estuvo acabada la nueva urbe. Durante esos tres años, mientras para la mayoría del mundo, al menos del mundo que lo conocía, Sichuan era un mero nombre del que compadecerse. Otro terremoto más, otra ciudad menos. Ya se reconstruirá. El director Qi Zaho, sin embargo, se dio cuenta de la parte humana del asunto. Es la historia de las consecuencias de un terremoto, que podría ser una historia de las consecuencias de todos.
A medio camino entre el ‹cinema verité› y la poesía decadentista, el cineasta chino utiliza las ruinas y el tiempo para crear su historia. Con esa percepción oriental para captar hasta los más ínfimos detalles, es capaz de contarnos una tragedia filmando, apenas, una bolsa de plástico y un par de insectos. La sutileza no le resta sentimiento al paisaje desolado.
Por otra parte, Zaho nos contará la historia de los supervivientes, de los que deben convivir cada día con las consecuencias dejadas por el desastre natural. De este modo, veremos la historia de tres personas, de tres familias, que han perdido a diversos seres queridos durante el terremoto. Un adolescente de 14 años que ha perdido a su padre, un matrimonio que ha perdido a su hija, y una mujer que ha perdido a sus hermanas, su hija y su nieta.
Desde 2008 hasta 2011, mientras dura el proceso de reconstrucción de la ciudad, vemos como transcurre la vida de estas personas. Los problemas que deben afrontar, la fuerza que necesitan encontrar para seguir adelante. Se produce un gran simbolismo entre la construcción de la nueva ciudad y la evolución de la vida de estas personas, que tiene un clara moraleja: Pase lo que pase, el mundo sigue girando. Así, se contraponen las obras de la nueva ciudad, una ciudad que se bautiza como ciudad de la esperanza, con las ruinas de la antigua, que van siendo tomadas por el medio natural.
Realmente, Zaho propone un documental muy acorde a la filosofía oriental que dice que la realidad es cambiante y el hombre debe estar preparado para adaptarse a esos cambios. Hay que llorar a los muertos, pero cada uno tiene que seguir su camino. El director encuentra la fuerza de sus argumentos en los detalles. Un corazón pintado que pierde la fuerza de sus colores con el paso del tiempo. Unos escombros vencidos por una gran cantidad de plantas que crecen entre ellos, en un manifiesto vital. Animales que encuentran en un cascote el medio para vivir y escapar del agua que les ahogaría.
No obstante, no hay que dejar el pasado atrás. Todos los protagonistas visitan, en algún u otro momento, las ruinas de sus hogares perdidos. Hay cosas que quedan atrás, pero permanecen en el recuerdo. Somos lo que hacemos, pero también lo que hicimos, y hay cosas que marcan vidas. Por ello, la finalidad es muy clara: La naturaleza puede ganar cuando quiera, pero el hombre siempre es capaz de reconstruirse. Ahora bien, los recuerdos permanecen y nos acompañan siempre.