En la noche de ayer recibimos la triste noticia del fallecimiento de uno de esos últimos emblemas que nos quedaban de la época dorada del cine italiano. Ettore Scola nos dejaba pues huérfanos de ese cine melancólico, sensible, realista y cargado de sentido social del que apenas nos queda Ermanno Olmi, los hermanos Taviani, Bernardo Bertolucci y algún que otro sobreviviente no tan popular. Scola perteneció a esa generación que empezó a dar sus primeros pasos en la cinematografía italiana en la época de mayor esplendor artístico de la misma. Así, las trincheras del neorrealismo y los grandes nombres que la adornaron (los Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti, Lattuada, etc) sirvieron de lanzadera para un joven inquieto e inteligente muy interesado por reflejar, siempre con un tono irónico influido por la sátira europea, esa realidad tan dolorosa reflejada en las ruinas de una Italia demolida moral y económicamente por los efectos de la Guerra.
Como alguno de los nombres imperecederos de esta generación, Scola comenzó sus primeros pasos en este complejo mundillo a principios de los años cincuenta como guionista, aportando su pluma en una serie de comedias de tono social hoy en día, desgraciadamente, del todo desconocidas para el gran público. El autor de Nos habíamos amado tanto nació en Trevico en 1931. Vivió los peores tragos de la II Guerra Mundial siendo un imberbe adolescente, hecho que le marcaría profundamente. Siendo un ingenuo estudiante de derecho, sus preocupaciones sociales le llevaron a emprender una incipiente carrera como dibujante en una famosa revista humorística de la época, despuntando por su forma de transgredir con su humor siempre sensible los convencionalismos sociales. Totalmente fascinado por obras como Ladrón de bicicletas o Umberto D. de su adorado Vittorio De Sica, Scola decidió apostar por desarrollar su carrera en un séptimo arte italiano que se alzaba como algo más que un simple espectáculo vinculado al entretenimiento. Así, este pequeño éxito como dibujante unido a su comentada fascinación hacia el mundo del cine, le indujeron a probar suerte en el séptimo arte italiano aportando su mirada como guionista. Tras unos comienzos discretos, Scola tuvo su primer éxito de la mano del mítico Steno escribiendo el guión de la comedia Un americano a Roma. El año 1955 sería muy importante para Scola. Por un lado el destino le permitió cruzarse con un cineasta como Antonio Pietrangeli con el que colaboró en el guión de un gran éxito como El soltero. Ambos jóvenes conectaron de forma instantánea comenzando una sincera amistad que cosechó frutos deliciosos en el futuro. Ya asentado en la industria, al año siguiente Scola escribió el guión de Guardias de Roma, otra comedia de éxito de otro joven que comenzaba su carrera en los cincuenta, el mítico Mauro Bolognini.
Si bien los siguientes proyectos de Scola como guionista fueron más bien discretos, el año 1960 supuso un punto de inflexión en esta derivada de discreción. En este sentido, Scola conoció al que sería su principal valedor y formador, además de amigo, Dino Risi. De este modo Scola colaboró con el maestro de la comedia italiana en el guión de El estafador, una corrosiva comedia que marcaría el devenir en el cine del autor de Splendor. Junto al milanés encadenaría unos años inolvidables, escribiendo los guiones de obras tan emblemáticas como La escapada, El éxito, Monstruos de hoy o La marcha de Roma.
Ya consolidado como un guionista de referencia, en el año 1964 Scola debutaría en la dirección con la comedia Se permettete parliamo di donne. A partir de este momento, Scola se centraría sobre todo en la dirección, si bien ello no le impidió colaborar con amigos como Antonio Pietrangeli al que regaló los guiones de dos de sus mejores películas: La entrevista y Yo la conocía bien. Sus primeras obras como director relucían esa estética melancólica, sensible y triste con la que Scola pintaba sus mejores películas. Su cine, muy costumbrista, daba especial relevancia al perfil de sus personajes, dotando a sus guiones de ese humanismo tragicómico inherente a los realizadores que edificaron su cinefilia durante los años de vigencia del neorrealismo.
Si bien los comienzos como realizador de Scola no tuvieron el éxito de público merecido, en 1970 por fin Scola conquistó el aplauso del público y de la crítica con una comedia negra y muy cáustica como El demonio de los celos protagonizada por un trío de excepción: Monica Vitti, Giancarlo Giannini y Marcello Mastroianni. De este modo los setenta fueron los años en los que el estilo de Scola se fue depurando, derivando el mismo hacia parajes inolvidables gracias a tres obras maestras que se encuentran entre lo mejor de la cinematografía italiana de todos los tiempos. Me refiero como habrán adivinado a Nos habíamos amado tanto, Brutos feos malos y Una jornada particular. Estas tres obras retratan la elegancia y el carácter del cine de Scola, viajando sin problemas desde la sátira demoledora e incisiva de Brutos feos malos, tocando la nostalgia y la melancolía extrema de Nos habíamos amado tanto (donde Scola incluyó un ejercicio de cinefilia muy inspirador y bonito con ese homenaje a su amado Vittorio De Sica y ese cameo del Fellini de La Dolce Vita) para finalmente dibujar una de las más bellas, dolorosas y preciosas historias de amor imposible, siempre con el marco histórico de una Italia corrupta y opresiva, con la esencial Una jornada particular.
De este modo, Scola arrancó los años ochenta en plena forma. Unos años en los que el cine había dado un giro radical, devorando a esos autores que habían dado lo mejor de sí en décadas pasadas. Pero esta destrucción insensata no surtió efecto con Scola. Puesto que los años 80 fueron una etapa de oro en el cine de este autor sin igual. Así el italiano encadenó seis maravillosas obras como La Terraza, Entre el amor y la muerte, La noche de Varennes, La sala de baile, La familia y Splendor. Todas ellas moldeadas con esa mirada plena de nostalgia, derrota y pérdida de fe en un ser humano más preocupado por su propio interés y beneficio y por el poder y el dinero que por la solidaridad y el ejercicio de la bondad colectiva. Scola forjó estas obras como una especie de compendio en el que mostrar la degeneración del concepto del enamoramiento- mostrando así relaciones amorosas muy heterodoxas y complejas que deformaban el concepto romántico de la palabra amor-, irradiando igualmente esa elegía de ilusión derivados de los profundos cambios estructurales producidos en la sociedad italiana a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sin perder ese humor negro y crítico que siempre acompañó al italiano en sus mejores títulos.
Los años noventa no fueron tan provechosos, pero permitieron a Scola verter su arte con obras tan potentes como El viaje del capitán Fracassa, Historia de un pobre hombre y sobre todo su fundamental La cena, una de las últimas obras de Scola en la que se siente esa forma de mirar a sus personajes y escenarios tan característicos de la forma de hacer películas que poseía el autor de Macarroni.
El siglo XXI fue el de la culminación de una carrera forjada a base de talento y esfuerzo. Unos años en los que Scola dejó su esencia en películas sencillas y costumbristas como Competencia desleal y Gente de Roma, y sobre todo en documentales repletos de nostalgia como esa obra póstuma homenaje a su amigo Federico Fellini que arribó el año pasado a nuestras pantallas.
Se nos ha ido uno de los últimos eslabones de una forma de concebir el cine. La de aquellos cineastas que aprendieron el oficio a base de esfuerzo, dando el salto a la dirección tras haber comenzado su carrera como guionista de grandes nombres de la comedia italiana como Dino Risi o Antonio Pietrangeli. Un cineasta con una capacidad innata para conmover al público con su mirada humanista, crítica y siempre sensible. Un autor capaz de radiografiar la sociedad italiana con sus historias sencillas y tristes, en las que el amor imposible y doloroso se elevaba como una metáfora de la desesperanza y la fatalidad que esperaba a un ser humano obsceno y cruel más interesado en su bienestar que en el del prójimo. Así temas como el de la destrucción de los vínculos familiares, la pérdida de la inocencia, la soledad endémica y las obligaciones sociales fueron tratados con esa sapiencia propia de los viejos contadores de historias del medievo con unas emocionantes pizcas de comedia y tragedia que han convertido a Ettore Scola en uno de esos autores que han dejado una marca imborrable en su paso por el séptimo arte de todos los tiempos. Te echaremos de menos querido maestro.
Todo modo de amor al cine.
He leído con sumo interés la presente reseña del gran director italiano. Resalto igual que el autor del texto la nostalgia de su partida.