Pese a haber ganado algún que otro galardón como la Concha de oro, una Mención especial en Berlín e incluso haber estado nominado al Oso de oro en tres ocasiones, Damiano Damiani es uno de esos cineastas transalpinos que siempre estuvo a la sombra de grandes talentos del país como Fellini, De Sica o Rossellini, con los que compartió época. Dedicado a géneros más marginales como el «spaghetti western» o el ‹poliziesco›, donde dejó piezas como Yo soy la revolución (de la que habló nuestro compañero Dani al inicio de esta web) por un lado, y Confesiones de un comisario a un juez de instrucción o ¿Por qué se asesina a un magistrado?, generalmente protagonizadas por el mítico actor Franco Nero, sin olvidar a otros grandes de la época como Gian Maria Volonté o Claudia Cardinale (protagonista, precisamente, de su nominada en Berlín El día de la lechuza).
En definitiva, otro de esos cineastas que pese a estar siempre en un segundo plano bien merece la pena ser reivindicado y que, si bien abandonara el cine hará poco más de 10 años para dedicarse a otra de sus pasiones, la pintura, deja un legado que no está de más rescatar en uno de esos días (aunque nos dejara ayer) que será triste para todos esos géneros donde dejó el pabellón bien alto. Descanse en paz.
Larga vida a la nueva carne.