Figura clave de la serie B, cineasta prolífico y controvertido donde los haya, amante empedernido del jazz (como atestiguan algunos de los muchos seudónimos que utilizó en sus películas: Clifford Brown, Betty Carter…) y ejemplo de independencia y tesón dentro de un ámbito particularmente adverso a la filigrana lúdica como el del cine español, Jesús Franco debutó con una película que en cierto modo definía, sin saberlo, lo que iba a ser su carrera como director. Su título era Tenemos 18 años, una comedia loca, pop, agridulce y surrealista (producida por Berlanga) en la que dos jóvenes reinventaban una realidad gris mediante el uso de su imaginación. Algo así es lo que hizo Jesús Franco a lo largo de toda su obra: sobreponerse a un panorama alérgico al cine de género (terror, erotismo, fantasía, aventuras) aun a costa de sufrir el desprecio continuado del gremio o de tener que emigrar a países como Alemania o Francia para poder seguir rodando el cine que realmente quería rodar.
Su obra ha transitado todos estos géneros “menores” con irregular fortuna, desde sus inicios en el gótico clásico con la seminal Gritos en la noche (probablemente su título más celebrado a nivel crítico, aunque no el mejor) hasta sus últimos delirios vanguardistas y psicotrónicos, llenos de experimentación y referencias “sadianas”. Sade es, asimismo, una de las figuras básicas que han inspirado su cine, ya sea en adaptaciones más o menos fieles de sus textos (Marquis de Sade: Justine) o en otras más bien apócrifas como Succubus, uno de sus filmes más interesantes.
Contando siempre con la complicidad de un reparto fiel (Howard Vernon, Klaus Kinski, Jack Taylor, Janine Reynaud, Maria Rohm, Antonio Mayans…) y de su esposa y musa Lina Romay, Franco labró fantasías privadas a golpe de jazz, psicodelia, sangre y erotismo, unas veces violentando (con tanta audacia como torpeza, de acuerdo) el legado gótico de la Universal y la Hammer (sus films sobre Drácula y Frankenstein, o ambos a la vez como en la tronadísima Drácula contra Frankenstein), y otras creando intrigas más personales que bien pudieran entroncar con la ligereza narrativa del cómic (su díptico El caso de las dos bellezas y Bésame, monstruo, o la misma Tenemos 18 años) o con un cierto onirismo denso y alucinado, como en La noche de las estrellas fugaces, que firmó junto a Jean Rollin, probablemente su alma máter gala.
Para el recuerdo quedaron, no obstante, sus películas junto a la inolvidable Soledad Miranda, especialmente Las vampiras, título de culto en el que Franco exploraba las relaciones entre sexo y muerte (Eros y Tánatos) a través de la figura cándida y perversa de Miranda, musa del director hasta su abrupta muerte en 1970. Desde entonces, el autor de Macumba sexual ha seguido fiel a sí mismo haciendo películas a ritmo frenético, algunas muy sólidas y disfrutables (verbigracia Los depredadores de la noche, canalla variación sobre Los ojos sin rostro de Franju), otras más bien indigeribles (casi todas las de su última etapa, colmada de ejercicios de estilo tan arriesgados como fallidos), pero siempre honestas, libérrimas y coherentes con la forma que tenía de entender el cine.
La prueba de su vitalidad y compromiso artístico está en su incansable actividad productiva, cuyo último fruto data de este mismo año: la cinta Al Pereira vs. The Alligator Ladies, nueva entrega de horror, erotismo y comedia rodada, como sus últimas películas, entre amigos y con poquísimos medios, y que ahora sirve de broche a una filmografía vastísima que certifica a su autor como uno de los nombres básicos del cine de serie B, un autor infravalorado y sobrevalorado al mismo tiempo, probablemente mal conocido, pero que contribuyó a oxigenar un panorama cinematográfico patrio demasiado falto de diversión, fantasía y genuino entusiasmo por el séptimo arte.
Descansa en paz, Jess. Se te echará de menos.