Aleksandr Sokúrov siempre ha tratado la Historia desde el mito, el cuento o la fantasía, términos que se aglutinan en torno a su visión única de la imagen cinematográfica. En Fairytale, la imagen plana de perspectiva invertida se compone de un fondo animado por CGI, pinturas y material encontrado de cuatro de las grandes figuras de la II Guerra Mundial (Stalin, Churchill, Mussolini y Hitler). En uno de los ya clásicos limbos existenciales de Sokúrov, estos personajes se moverán a modo de fantasmas ambulantes, conversando entre ellos de maneras diferentes, ajenos a una concreción espacial, temporal e incluso racional. Los cambios de tema en las conversaciones serán tan abundantes como los múltiples planos en los que se fragmenta un mismo espacio repetidas veces, desubicando al espectador y al mismo tiempo reconduciéndolo al mismo sitio una y otra vez.
La genialidad de Fairytale reside en su tratamiento de la propia imagen cinematográfica ya que, como el propio Sokúrov dijo antes del estreno del film en Locarno «nunca se ha conseguido una estética así antes». Echando la vista atrás, a los grandes pintores prerrománticos y románticos del XIX, como Piranesi, Fusli, Friedrich y Hubert Robert, y componiendo una banda sonora original inspirada en lo mejor del panorama ruso y soviético del XX, el cineasta moldea una serie de estancias entre caóticas (por complejas en su arquitectura imposible) y bellas (por su idealismo neblinoso) en las que los cuatro mandatarios pasearán y esperarán su salida de un purgatorio dantesco. Sus movimientos, erráticos debido a la unión de las siluetas recortadas de archivo histórico y el paisaje digital, y sus gestos faciales, grotescos por su uso del ‹lipsync›, reconducirán de nuevo sus papeles en la historia a los de simples “malos de cuento” que, cómicamente, están condenados a permanecer juntos hasta el fin de los tiempos ante la negativa de una «fuerza suprema» (así aparece en los créditos) que habla un idioma desconocido tras las puertas del paraíso (inspiradas en Dante y en el diseño de Rodin). Estos cuatro oxidados y viejos jinetes del apocalipsis, reducidos en su papel político e histórico a una serie de ‹molochs› privados de su gloria y desdibujados en la (in)temporalidad partirán de ningún sitio a ningún otro rememorando los sucesos clave del conflicto bélico y preguntándose cosas los unos a los otros entre pullas y aires de grandeza. Al igual que sucede con las mejores y más rompedoras obras, Fairytale es un film que tardará en ocupar el lugar que se merece.
Al ser una película que llega tras siete años de silencio seguramente decepcione a muchos —debemos recordar que, aunque Aleksandr Sokúrov no haya estrenado ninguna película desde Francofonia, sí ha producido unas cuantas y también ha ejercido de profesor para sus prometedores alumnos quienes, precisamente, han colaborado en el apartado visual y de efectos especiales de Fairytale—, pero la realidad es que Sokúrov nunca se ha caracterizado por buscar hacer películas “maestras” o “perfectas”, sino por explorar los recovecos de la imagen en su total amplitud de posibilidades. Quizá Fairytale sea una nueva etapa, parecida en esencia a su serie de films de los noventa, en los que se encuentra un despliegue total de capacidad pictórica y una consecución de pequeñas joyas de poco más de una hora de duración…
Grande! Borja.