Los fantasmas están en todas las cosas. Extra Ordinary defiende desde su aspecto irónico y absurdo que restos de aquellos que se deberían haber marchado ya permanecen en cualquier zona común u objeto que les mantenga pegados a este mundo. Y claro, esta idea es útil para formar la base de cualquier comedia.
Mike Ahern y Enda Loughman se atreven en su primer largometraje a reír de los apolillados programas de lo paranormal para ir dando saltos hacia imposibles ocurrencias que suscriban la necesidad de su existencia. Lo hacen con un humor muy aislado y muy irlandés que funciona perfectamente con el lenguaje de los tontos: las tonterías siempre son graciosas.
Tenemos a Rose, una heroína a priori insustancial a la que le ofrecen un Talento único para contactar con el más allá, y otro talento plenamente inútil para enseñar a conducir. Maeve Higgins, también debutante en esto del protagonismo absoluto, se come algo más que unos cuantos yogures: es la absoluta reina de esta historia donde conviven fantasmas impregnados en objetos, vírgenes dignas de sacrificio, personajes sensibles a su presencia y un montón de perdedores dispuestos a todo para solucionar sus problemas. Y todos tenemos claro que cuando a uno le vale todo, la comedia funciona sola.
Extra Ordinary es fácil y recurrente, tiene medio camino ganado con el absurdo y otro medio con un muy bien hilado guión que sabe resaltar el potencial de todos sus actores. Hija predilecta de un tiempo pasado, de aspecto arcaico y respuestas elocuentes, no duda en utilizar todo tipo de referentes y lanzarlos contra nosotros para que nos sintamos partícipes de algo que a los protagonistas no les implica —es cuanto menos elocuente el hablar de posesiones y ectoplasmas, citar las películas más recurrentes sobre el tema y que la experta en fantasmas diga «No conozco a esa persona» o «No he leído esa novela»—.
Hay drama familiar, complejos, conjuros mágicos y un gran desarrollo sobre el ABCD del estudioso de lo paranormal, confiando en que todas las casualidades que nos sorprenden sepan mantener el equilibrio del divertimento. Porque en Extra Ordinary se busca la armonía emocional uniendo las características de lo que más nos asusta con el humor que más nos seduce, y realmente es el camino más complejo para llegar lejos. Considerando siempre, claro, que el tipo de humor que defendemos en este momento es el que se basa en la imposibilidad, en el poder de la nada, el que te arrebata un «ja, ja» porque lo que ha ocurrido en pantalla es muy, muy, pero que muy imposible. Ese humor que muy pocos dominan.
En realidad, podemos catalogar a su protagonista exactamente igual que a la película: una comedia ligera consciente de sus defectos y capaz de reírse de sí misma. No hay grandes pretensiones, pero los pequeños objetivos marcados son más que suficientes para disfrutar durante su corta duración de todo tipo de desparrames dialécticos. Y con Will Forte su pelo de dudosa procedencia (siempre exagerado, no se espera otra cosa del tipo que se quedaba solo después del fin del mundo). Y con un Barry Ward mutante y sensitivo ante la muerte. Y con los cubos de basura danzando como si fuesen un monstruo de las galletas con algo que decir.
Extra Ordinary es perfecta para una tarde pocha que sabes que con un pequeño empujón puede mejorar. La risa floja te la va a sacar por muy duro que seas, y esa limitada acidez en boca promete que las rebuscadas motivaciones de los muertos en vida sean un ejemplo a seguir. Si la vida promete ser bella para Rose, ¿no lo puede ser para todo el que comparta un rato con ella?