La asociación entre el cine de terror y James Wan, que ha dejado en su haber cintas tan interesantes como Silencio desde el mal o Insidious, vuelve a tomar fuerza en una The Conjuring donde el cineasta demuestra una maduración impropia de un director cuyo bagaje comprende apenas una década (o, por lo menos, desde su primer film conocido, esa Saw con que debutara en Estados Unidos), que ha pasado de emplear un estilo más directo, ajetreado y de corte pronunciado, a construir atmósferas entorno a un poderoso pulso, de potentes soluciones visuales y un gran sentido para manejar los espacios.
Todo ello sale a relucir en una The Conjuring donde planos secuencia, un acompasado manejo de la cámara y el temple adecuado para acompañar cada toma hasta su punto culmen, sin coartar sus posibilidades mediante el montaje, hacen del nuevo trabajo de Wan una auténtica delicia visual que ningún fan del género se querrá perder, y es que pocas veces se había visto al autor de Sentencia de muerte tan cómodo como tras las paredes de esa casa en la que moran los Perron, protagonistas de un aterrador relato al cual el guión de los hermanos Chayes (quienes, anteriormente, habían escrito la adaptación para La casa de cera de Collet-Serra) sabe sacar punta y encontrar aristas que puedan otorgar interés a la historia de los Warren.
Los rincones que comparten protagonismo con los habitantes del caserón, sirven a Wan para transformar ese lugar donde se desarrolla la acción en un complemento más de lo que debe ser una cinta de género, logrando así poder juguetear en un espacio en el cual se comprenden a la perfección los preceptos de lo que debería ser en muchas ocasiones una película de terror. Incluso más avanzado ese relato, el director se atreve a transformar el hogar de los Perron en una suerte de tren de la bruja capaz de llevarnos de un lugar a otro sin que la tensión decaiga por un solo momento, y componiendo en ese marco espectaculares secuencias que, en manos de cualquier otro, habría resultado un mero agolpamiento de situaciones, pero él dota de un vigor fuera de toda duda.
Saber emplear cada elemento con una precisión magistral, y lograr que además funcionen en un escenario como ese, sin duda resulta de lo más loable, en especial si tenemos en cuenta que el terreno pisado por Wan es un terreno muy conocido debido a la sobreexplotación y maltrato que ha sufrido la temática de casas encantadas con posesión (o intento de) de por medio. No obstante, también atina en ese sentido un guión que, de por sí, ya se encuentra en un lugar común, y contrariamente a lo que cualquier otro guionista hubiese intentado, huyendo de él o explorando otras posibilidades, lo explota como lo que es: la fuente de una situación insostenible que incluso llevará a los Warren más lejos de lo que habrían podido pensar en un principio.
De ese modo, la sensación de seguridad mostrada por los Warren desde su primera intrusión en la casa, se verá resquebrajada en determinados momentos tanto por los conflictos internos que ponen a Lorraine tras una experiencia traumática pasada, como por la problemática que surgirá cuando empiecen a influir en las maniobras de lo que se supone perturba la paz en la familia de los Perron. Quizá, el principal pero de esos conflictos que ponen a Ed en una posición incómoda con respecto a la participación de Lorraine en las actividades habituales de la pareja de demonólogos, es el hecho de que al libreto escrito por Chad y Carey Hayes se le ven unas intenciones no demasiado beneficiosas para el resultado final del film.
Y es que, entre tantas virtudes, un lunar negro debía tener una de esas cintas que suponen uno de los mejores títulos comerciales de terror de los últimos años, y es el de querer conferir un discurso como el que arman ambos guionistas a The Conjuring. Porque la cuestión aquí no es si una cinta de género debiera tener o no discurso (algo que, dicho sea de paso, se cae por su propio peso), sino más bien hacía donde nos lleva ese discurso, y en el trabajo de Wan lo único que logra es devolvernos a terrenos pisados mil veces; algo que con tanta soltura había evitado en otras lindes el cineasta a lo largo del film, pero que en unos últimos compases que ya se venían advirtiendo de mucho antes (esas conversaciones entre Ed y Lorraine, el flashback de la madre de familia, etc…) no logra esquivar con una conclusión innecesaria y explícita de más con respecto a su discurso.
No por ello cabe restar mérito a una propuesta que se siente realizada con una loable pasión por el cine de género. Todo ello, sin necesidad de fatigosos homenajes, humor para rebajar el tono (a lo sumo, esa pareja formada por el ayudante de los Warren y el policía, cuyas intervenciones son escuetas pero geniales) y un acertadísimo sentido dramático capaz de componer escenas verdaderamente intensas (sorprende, en ese sentido, la escena de una de las hijas de los Perron tras el momento de la puerta, entre alguna otra). Es por ello que The Conjuring logra lo que, a priori, se propone: sumergir al espectador en un relato que en ocasiones recurre al jugueteo para inducir eso que tan difícil parece en el cine de terror moderno, y que no es otra cosa que lo que la propia palabra que define el género indica.
Larga vida a la nueva carne.