Volvemos al territorio de la plantilla. O del ‹déjà vu›, como ustedes prefieran. Sí, Ex-Husbands puede ser tan honesta como se quiera e incluso gratificar en diversas ocasiones con su balanceo equilibrado entre el drama más íntimo y la comedia tragicómica. Pero una vez más, la sensación es que asistimos a un “esto ya la he visto antes” de manual. Es decir, que a pesar de tejer una historia interesante, aunque poco original, nada de lo narrado resulta especialmente estimulante, no tanto por su contenido sino por su previsibilidad.
No se puede achacar, eso sí, que Noah Pritzker descuide su producto. Hay una voluntad de mimo y elegancia, ya sea en la composición, y especialmente en un trabajo de dirección de actores notable. En este sentido tanto Griffin Dunne como James Norton ofrecen unas interpretaciones creíbles y hermosas al respecto del dolor y la pérdida. Uno desde una cierta ironía estoica y el otro como ejemplo de emotividad contenida que encierra un alma rota.
Pero más allá de esa sinceridad palpable nos encontramos que Ex-Husbands adolece de todos los tropos que distinguen a una ópera prima: redundancia de situaciones, sobreexplicación de personajes, subrayados musicales y una confusión entre empastar adecuadamente la trama y alargarla en exceso cuando todo está más que contado. Detalles todos ellos que aún resultan más gravosos cuando vemos que no es un debut, algo que podría conducirnos a pensar que ya no se trata de errores sino de que todo ello ya forma parte de la metodología del director.
Esta historia de soledades, amores rotos y dudas existenciales adolece también de una cierta distancia. Ya no se trata tanto del posicionamiento adoptado en tanto que podamos ser observadores “objetivos”, sino que por su propio contexto social de clase media liberal puede conducirnos a mirarlo con una cierta condescendencia de “dramitas de ricos”, lo que juega claramente en contra de la implicación emocional.
No obstante no todo resulta artificial y frío. Pritzker consigue ciertos momentos de intimidad y delicadeza, especialmente en su tramo central en el ‹resort› vacacional mejicano, que resultan particularmente bellos. Sobre todo cuando la imagen se despoja de artificios paisajísticos o musicales y se centra en el primer plano de los rostros, de los cuerpos que transmiten toda la gama de emociones derivadas de la tristeza. Son estos momentos los que consiguen un inmersión auténtica en la historia. Lástima que persista la tendencia a necesitar darle siempre una explicación mediante diálogo o estirar el chicle de la situación de manera que se profundiza en ella, sino más bien se desvirtúa.
En definitiva, Ex-Husbands acaba resultando un más de lo mismo: un film que no tiene mucha personalidad pero que se compensa por ser, a la postre, sencilla en su voluntad no moralizante, de no querer dar ninguna lección de vida importante y querer simplemente narrar una pequeña historia sin elevarla a la categoría de drama universal. Un film de aires ligeramente melancólicos que se observa con interés moderado y se olvida casi con la misma moderación con la que se contempló.