Desde la primera escena de Evolution ya se pueden adivinar ‹a grosso modo› cuales serán algunos de los rasgos característicos de la obra: por un lado, nos encontramos ante una mirada que descubre en el plano secuencia su aliado central desde una concepción que se puede antojar tan fascinante como fatigosa, afrontando, en definitiva, una perspectiva insobornable; y por otro asistimos a la capacidad transformativa de un cine cuya alusión a un extraño surrealismo moldea en ocasiones un tono que no requiere más motivos que los de una puesta en escena notable, desde la que transitar una modulación que se antoja significativa en tanto dota de un carácter propio al film.
Así, Mundruzcó es capaz de desnaturalizar con facilidad un contexto dramático bordeando momentos del fantástico más irracional y recorriendo incluso desde ese prisma un angustioso horror que en realidad emerge no tanto por lo que percibimos en pantalla, sino más bien por aquello que sugiere la situación en sí. Algo que se deduce ya de su arranque, en esa secuencia que funciona a modo de prólogo y en la que el húngaro introduce desde los ingredientes esenciales que componen la obra a la materia a través de la que explorar temas de lo más interesantes que en realidad no dejan de subyacer en su fondo; en ese arranque, decía, donde lo mundano del escenario —dejando de lado aquello que representa y significa, y centrándonos en lo que acontece— da lugar, en última instancia, a una irrealidad desde la que apelar precisamente a ese significado apelando a elementos que nos acercan a un horror latente y confieren, de paso, una atmósfera enrarecida desde la que incurrir en un adentramiento genérico en cierto modo inesperado.
Un hecho que se traslada también a la parte central del largometraje —concretamente al segundo segmento de los tres que conforman el film—, pero en ese caso invocando un fantástico cuya bifurcación sirve para extender una línea discursiva que matizará y complementará en su último capítulo, cuya deriva parece indagar en los vestigios de una humanidad que termina por sentirse mucho más palpable debido en especial a un mensaje ciertamente conciliador, que apuntala además esa disertación acerca de las raíces y la identidad de la que se irá sirviendo Mundruczó a lo largo de Evolution.
El título del film, más allá de su lectura literal, se antoja de lo más sugerente en tanto acompaña un discurso que el realizador húngaro equilibra gracias a determinados apuntes de un libreto a ratos excesivo —e incluso bastante presuntuoso por cómo extiende su artificio (más de una vez, de forma gratuita) y desestabiliza el conjunto—. Así, en más de un momento, el poderoso subtexto que Mundruczó hilvana aportando una dimensionalidad distinta a la cinta, queda superpuesto ante un aparato formal tan estimulante en ocasiones, como abigarrado en otras.
No obstante, y pese a sus más que palpables defectos, Evolution confronta con acierto nuestra naturaleza, aquella que nos describe como seres empáticos y comprensivos, con los escollos que han marcado un periplo precisamente constreñido por el lado más sombrío de esa condición humana. Un hecho que queda contrastado con facilidad mediante su último acto, y que más que arrojar cierto aliento, nos empuja a creer en la especie lejos de divisiones culturales, étnicas o de credo, logrando establecer un mosaico que si bien se muestra desmesurado y devorador en algún tramo, cuanto menos recoge una humanidad muy necesaria en nuestros días.
Larga vida a la nueva carne.