Europa (Sudabeh Mortezai)

Sudabeh Mortezai continúa ahondando en su tercer largometraje sobre las realidades europeas de un continente herido por la distancia y por la carencia de puentes vinculantes entre esa modernidad acechante, que algunos portan como bandera con tal de poder lucrarse (aun más) de quienes viven en una espiral de pobreza y apenas tienen lo suficiente para llegar a fin de mes —como bien retrata la austriaca-iraní en la escena donde una de las lugareñas afirma apenas tener recursos con su pensión para disponer lo estrictamente necesario—, y una tradición que mana de algunos de esos lugares de una Europa recóndita y (aparentemente) alejada de las ínfulas de todas aquellas que alzan una bandera en pos de la tolerancia y la fraternidad. Esta dualidad, que Europa presenta a través de la labor de la directiva de una gran empresa (no sin cierta sorna, acogiendo el nombre del Viejo continente para sus propósitos) que se verá obligada a desplazarse a una serie de tierras con el motivo de negociar con sus dueños la venta de las mismas, se presenta en el contraste establecido entre la visita guiada que conducirá a Beate, la protagonista, a través de las ruinas (y, a priori, “Historia”) y edificios de la zona (construidos, según ese guía, para combatir un enemigo invisible —¿la propia Europa?—), y una serie de imágenes que llevarán al espectador de la mano de uno de esos lugareños a través de la celebración de una serie de ritos y tradiciones. Con esa contraposición de imágenes, Mortezai parece tener clara una línea discursiva donde ya advierte de lo indispensable que se antoja conocer el territorio a recorrer, algo que no se consigue con aparentes (y vacías) rutas turísticas repletas de vana información.

Pero, claro está, las intenciones de Beate (y mucho menos de la empresa para la que trabaja) se antojan muy distintas por más que arroje capas de una supuesta empatía en cada nuevo escenario, buscando mostrar una mirada comprensible que, primero mediante gestos, y más tarde al llegar el punto culmen de esas negociaciones, se antoja pura fachada. Mortezai desarrolla algunas de las virtudes del texto mediante la composición de este personaje, que la bávara Lilith Stangenberg (Salvaje) lleva a su terreno y complementa con matices de lo más reveladores, en ocasiones sustraídos del propio guión, en ocasiones desde el impecable trabajo de la intérprete. Sea como sea, su objetivo no se ha desplazado un ápice, y su carácter es a cada paso más elocuente, hecho que terminará revelando, antes de sus minutos finales, la llamada de uno de los guardias que custodian el terreno del que se ha apropiado la empresa.

Europa encuentra nuevamente en las formas de un realismo social convencido donde tan bien parece desenvolverse la autora de Macondo el modo de amplificar un relato repleto de detalles: nada define mejor el pensamiento de ese personaje central que su encuentro con el líder de una comunidad ‹bektashi›, ante el que afirma estar de paso por la zona, debido a motivos laborales, y no conocer el país, sin ningún tipo de tapujo. Mortezai describe así una realidad que se aleja de esa visión arraigada, respetuosa con la tradición y los valores familiares de los aldeanos que pueblan la zona. Nada como su prisma para concebir la dimensión de una (otra) realidad relegada a un segundo plano, como si de una nota a pie de página se tratara, ante los intereses de unos cuantos, derivando como colofón en un estallido de violencia —ya presente en su plano inicial— que condensa a la perfección la sinrazón, condescendencia e ignorancia de quienes buscan minimizar su verdadero valor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *