La sola mención de ese subgénero llamado drama social evoca inmediatamente una serie de imágenes y autores. Loach, los hermanos Dardenne, y toda la retahíla habitual de un cine bien intencionado pero repleto de tópicos, clichés y, por qué no decirlo, cierto discurso “mitinero”. El problema, como siempre, no radica tanto en el mensaje (excepto si uno se sitúa en un espectro político opuesto) sino en las maneras. Un continuo muestrario de desgracias amplificadas a través de una cierta impostura melodramática, subrayados exagerados y una tendencia cada vez mayor a hacer uso indiscriminado de la pornografía de la miseria. Un cine, en definitiva, que tiene su legión de fans pero que se nota desgastado y agotado en la fórmula.
Sin embargo, dentro de este mundo, uno siempre puede llevarse grandes sorpresas a través, paradójicamente, de pequeñas joyas. Películas de formato modesto que, apelan de alguna manera al espíritu original de denuncia, pero buscando fórmulas alternativas, transgenéricas de reflejarlo. Este es sin duda el caso de Europa, debut de Haider Rashid, un film de formato pequeño, casi de guerrilla, pero que juega sus cartas a través de su exiguo presupuesto y de una visión más cercana al ‹survival horror› que al drama social.
Y es que no todo lo social es (o debería ser) urbano. Hay vida más allá de la perentoria lucha de clases y las injusticias del mercado laboral. Uno de estos casos sería el drama de los inmigrantes ilegales y sus peripecias para entrar en Europa de forma clandestina. Pero lejos de la habitual estampa del campo de refugiados y el mensaje en formato caridad ONG, Europa se presenta como una nueva versión de películas de caza humana: solo que en este caso lo que parece hiperbólico está sucediendo, por ejemplo, en el momento en que se escriben estas líneas.
Por ello, el auténtico terror no está tanto en la visceralidad de la puesta en escena, el formato casi documental en primera persona, o el retrato descarnado de una inhumanidad incomprensible, no. De hecho, este es un film que deja muchas veces la violencia en un fuera de campo lateral, ya que no es necesario un gran despliegue de sangre para mostrar más terror que los continuos primeros planos de su protagonista en su desesperada carrera por huir de sus depredadores con forma humana.
De hecho Europa no es un film de miedo, es un film sobre el miedo, sobre la intemperie vital que sufren a diario cientos de personas y que, bajo un manto de cinismo absoluto, obviamos por razones espurias. Haider, no obstante, opta por no hacer explícita ninguna de estas cuestiones, dejando que el subtexto cobre vida a través de unas imágenes que no solo trasladan el horror en presente si no que se proyectan hacia todos los vectores de la infamia: indiferencia (cuando no colaboracionismo) de personas e instituciones que permiten, cuando no aplauden en secreto, estas atrocidades.
Europa es pues un film sobre el infierno, una lucha darwiniana en un lugar cualquiera, en un bosque infinito, que bien podría ser el noveno círculo del infierno, que traslada la idea de la no escapatoria, de la imposibilidad de encontrar algo llamado civilización. Un film negro, directo y apasionado que consigue que algo como el cine social se convierta en una experiencia asfixiante, casi dolorosa.