Hay que reconocer la dificultad de afrontar un tema como la orfandad sin caer en sensiblerías, lugares comunes y tendencia a provocar lagrimeo fácil en el espectador. Como si el hecho de hacer llorar con recursos facilones (acuérdense del final con concierto de violín en voz en off mayor de La llegada) fuera señal de calidad cuando por el contrario no es más que un juego de manipulación emocional catedralicio. Cuando a todo ello sumamos que la perspectiva del drama está desde el punto de vista de la niña protagonista el nivel de dificultad se eleva exponencialmente por los riesgos inherentes a ello. Pues bien, si de algo puede presumir Estiu 1993 y más concretamente su directora es de pasar con nota muy alta el reto.
Y es que probablemente este trozo de vida, de niñez, arrancada de cuajo y observada sin filtros de artificiosidad es probablemente un ejemplo de manual de cómo guardar distancias, de narrar observando sin caer tampoco en un minucioso análisis que pueda conducir a juicios. Es, por decir una palabra muy en boga, un despliegue de naturalidad apabullante que se emparenta de alguna manera con la Mia Hansen-Love de Un amour de jeunesse (Primer amor) o la más reciente El porvenir (L’avenir). Una coincidencia que va más allá de la luminosidad existente o las maneras de componer los planos. De hecho, este esfuerzo de “objetivización”, también presente en la directora francesa, obedece a buscar, al estar las películas basadas en experiencias propias, una distancia que obvie una implicación emocional demasiado profunda que pudiera empapar el relato hasta desvirtuarlo.
Sin embargo apreciamos que, en este caso, el recurso formal juega en demasía en contra de la intención ya que una cosa es dirigirse al espectador buscando su complicidad a través de la inteligencia y otra, como en el caso del film de Carla Simón, pasarse de frenada en su contención hasta el punto que consiga generar por momentos algo cercano a la indiferencia cuando no al aburrimiento. Si bien es cierto que la fragmentación, que la capacidad de narrar a través de pequeñas intrahistorias casi anecdóticas, parece la mejor manera de mostrar una evolución y conseguir una visión total de la cosmología de una emoción también hace que, por momentos se produzca una iteración de situaciones donde parece que el tiempo se detiene, que nada avanza y que, por tanto, la explosión de emociones final, aunque impecable en su formulación constructiva, resulte un tanto abrupta, más cuando se asiste a una serie de sobreentendidos inteligentes sobre la casuística argumental que se desbaratan en un diálogo digno de Nolan por su sobre explicación innecesaria.
Así pues Estiu 1993 es un film sin duda apreciable en cuanto a trasposición de intenciones del papel al fotograma, pero más allá de eso resulta francamente difícil conectar (o al menos así sucede con quien suscribe estas palabras) con lo transmitido aunque, paradójicamente, sí resulta un film digno de estudio académico por su afán de fineza y precisión en la ejecución del elemento formal. La conclusión a todo ello es que se pone de manifiesto la enorme dificultad que supone encontrar el equilibrio perfecto entre fondo y forma, emoción y frialdad, pornografía sentimental y documentalismo. En este sentido vale la pena explorar el mundo de Estiu 1993, lástima que su historia, que por otro lado ya hemos visto en diferentes formatos, situaciones y contextos, consiga llegar más al cerebro que a su destinatario principal que no es otro que el corazón.