Comienza la película, y sin saberlo nos enfrentamos a una historia llena de ausencias. Angela Schanelec quiere priorizar la imagen y el contacto breve para visualizar su relato, por encima de cualquier intención de explicarlo. Estamos solos ante un abismo en el que rodear conceptos y disfrutar de su inquieta ideología de la imagen.
Estaba en casa, pero… maneja sus propios tiempos y tal vez hablar de ella corrompe la intención de la directora, pero es inevitable divagar sobre algunos momentos exactos del film para convencernos de ese trasfondo al que Schanelec nos quiere imbuir. Justo en el epicentro del film, Maren Eggert, la actriz que mejor representa todo aquello que representa a la directora y que tantas veces ha protagonizado sus trabajos, discute con un director de cine sobre lo que ella ha visto en pantalla de su última película. Ella, a partir de un diálogo interno expulsado verborréicamente contra el realizador —igual era una exageración lo de discutir cuando se transforma en un monólogo—, expresa lo que ha sentido viendo esa “mentira” de 24 fotogramas por segundo, apelando (sin ser consciente de ello) a su propia vida. Un complejo texto que da sentido a todo lo ocurrido anteriormente en el film, y que da pie a contextualizar también todo lo que ocurrirá a partir de ese momento.
Este es un claro ejemplo de lo tramposo que es tener que reducir la magnitud de un film a unas pequeñas frases que sirvan como sinopsis. Estaba en casa, pero… tiene mayores implicaciones que un niño escapándose de casa, o una madre reconstruyendo su vida. La película juega con unos ideales: tenemos la ruptura artística al presentar en varias ocasiones a niños replicando las palabras de Hamlet con expresiones totalmente inertes y carentes de sentimiento; no hay un acompañamiento musical excepto una pequeña versión que canta el hijo de la protagonista de Moon River que valida el compromiso que siente de unión con su hermana pequeña; un baile a lo Bande à part —sin un preciso ritmo musical, coreografiado y fuera de contexto inicialmente—; y una de las ideas más bellas —e igualmente inconexas con la película—, donde a partir de un plano fijo juega con distintos tejidos, mostrando cómo se adaptan al cuerpo y siguen aparentemente ajenos ante el resto de objetos inanimados —lo vemos al presionar la mano sobre una chaqueta, el vendaje de un pie o un pantalón friccionando contra una barandilla—. Son elementos desprendidos entre sí, individuales, pero sumamente importantes para sentir esas formas que nos intentan seducir en base a lo ajeno. Una fórmula como otra cualquiera de conectar con la soledad de todos los presentes.
Con estos elementos ‹arty›, Schanelec sabe que se distancia del espectador para que este se busque la vida y saque sus propias conclusiones. En ocasiones es excesiva la frialdad con la que afronta las distintas etapas, pero es una apuesta para nada vacía que deja respirar a este bucle sin fin que autoabastece la película. En realidad siempre nos está explicando lo mismo, pero lo bascula con los sentimientos de sus personajes, que parten de la nada absoluta y la rigidez (corporal, social, dialogante) para evolucionar hasta sus propios objetivos, unos estallando, otros lanzándose a la empatía, ofreciendo al fin una verdadera conexión con las sensaciones que nos definen mejor como humanos, sin olvidar las bridas que enlazan nuestra esencia a la naturaleza y lo animal, abriendo y cerrando el film con un triángulo perro-conejo-burro que implementa esa sensación de sociedad estancada, que funciona por inercia.
Porque aunque no lo parezca, la película es tremendamente sensitiva y sentimental. Nos habla de la pérdida, de la soledad, de las dificultades de encajar con el orden establecido, la maternidad, el amor y el arte. Estaba en casa, pero… quiere ir más allá de lo convencional, es un cañón que se dispersa y se autocompleta, un mínimo experimento sobre la importancia de la imagen y la teatralidad modulada: una forma de recordarnos que quien dirige y escribe, decide y deja su huella impresa. Lo ves, lo procesas y entiendes que nos quiere decir: «soy Schanelec, soy la autora», sabiendo que si no conectas con el cómputo total, las imágenes te servirán para deleitarte a base de suspiros. El cine y sus alternativas.