«Oye, si fueras feliz todos los días de tu vida, no serías un ser humano, sino un anuncio de la tele.»
Uno de los cambios más llamativos del cine que se ha producido en los últimos años se explica con una reflexión en buena parte llena de desazón sobre el cine comercial. Y es que mientras ha habido un avance digamos social en todos los frentes de occidente, la representación de los mismos tiene un marcado acento conservador, o más reconocido por todos, una dictadura de lo políticamente correcto.
Lo que nos lleva a una paradoja, si la sociedad americana en los años 80 estaba sumergida en un conservadurismo compasivo y parte de su cine (comercial) es denostado hoy en día por ciertaa crítica e incluso por una cantidad no desdeñable de cinéfilos, muchas de sus películas icónicas serían imposibles de representarse hoy en día sin suscitar un rechazo general.
Escuela de jóvenes asesinos (en su destrucción del título original, Heathers) fue una película llamada a marcar un antes y un después en el subgénero de las «teen movies». Su visión llena de humor negro e incluso cruel sobre la adolescencia fue rompedor en su momento, y sin embargo hoy en día no tendría cabida esa mirada. Simplemente, no sería aceptada por los grandes estudios. Ni por mucha de la sociedad bienpensante.
Winona Ryder pertenece al grupo de las populares, formado por las tres despreciables «Heathers», que marcan los ritmos del instituto y pasan el tiempo entre bulimias, bromas pesadas y una insustancial vida y desprecio por los que las rodean. Tras una última broma, Verónica, su personaje, se alía con un antisocial, interpretado por un genial (quien lo iba a decir) Christian Slater, para devolver el golpe a la más malvada de las Heathers… que desgraciadamente acaba muerta. La única solución que se les ocurre es hacer pasar el asesinato por el típico suicidio adolescente.
A partir de entonces, los dardos y la mala uva apuntan en todas direcciones. Ayudado con unos diálogos cargados de mala leche («Ohh, crece de una vez Heather. La bulimia es tan del 87», se repugna la Heather reina ante el problemilla de una amiga en el lavabo) se diseccionan esos típicos problemas adolescentes y tabús varios, desde la homosexualidad hasta la incomprensión eterna de la adolescencia cruzando por el camino con esas “bitchies” y jugadores de fútbol americano que pasan a ser las víctimas en una divertida comedia. Sí, por fin esos guapos e idiotas niñatos se llevan su merecido en forma de absurdos suicidios, desatando una histeria mediática mostrada con desdén por los chavales del instituto («¿Os habéis enterado? Hoy no hay clase porque Kurt y Run se han matado en un pacto de homosexuales reprimidos»).
No habría que confundir la amoralidad de los personajes y del tono con una mirada crítica y negra destapando una sátira magistral sobre lo que significa ser adolescente. La película tiene otros alicientes dignos de mención, como el tratamiento de un sexo que ya no es el “fin” ni el medio, sino algo natural para los dos protagonistas que acontece en la primera parte de la cinta. Hay escenas divertidas sobre todos los temas que nos han enseñado que no deberían ser divertidos, hasta un encuentro sexual más bien no consentido por una de las Heathers que luego no le da importancia alguna. Son cosas que pasan.
No todo es perfecto en una obra donde la estructura no está todo lo conseguida que se debería, sobre todo con un inicio caótico y con situaciones no tan bien explicadas, donde se salta de una escena a otra casi por inercia. Tampoco deja de ser una obra de bajo presupuesto, con una dirección que hoy en día puede ser complicada de saborear o apreciar.
No se dejen engañar por sus formas, el tratamiento de los temas está lejos de ser conservador o banal, aunque pudiera parecerlo en un vistazo rápido. La cinta tiene una parte final marcadamente histriónica en todos los sentidos, desde las actuaciones hasta el desarrollo de la trama, con el momento cumbre de la idea de volar el instituto en pedazos. Todo acaba desquiciado. Ya nadie sabe quien será el próximo “suicida”.
La evolución de todos los personajes y de la trama se sigue con sumo interés y se mantiene en el limbo la supuesta repugnancia de Verónica ante los asesinatos, que en el fondo desea, junto con un Christian Slater que acaba siendo un psicópata desquiciado en toda regla. Lo divertido e interesante del asunto es que las muertes crean un instituto aparentemente más justo, pero igual de deshumanizado. Así, ante la reina “bitchie” muerta, otra ocupará su lugar. Por otro lado, las víctimas que todo el mundo despreciaba, acaban consiguiendo lo que no tenían en vida, un cerebro, un alma y un corazón a parte de ganarse el falso amor y comprensión de todos en las divertidas escenas de los entierros.
Hay mucho más que mencionar de una obra tocada por el cielo en sus diálogos. Es «una película que asesinó a las películas juveniles» como se ha repetido sin cesar. Desde entonces ha sido una cinta que ha servido como referencia, pero nunca igualada, ya que nadie se ha atrevido a recoger ni su humor ni sus intenciones.
Y es que por irónico que parezca un proyecto como Heathers sería demasiado incorrecto en el cine comercial de hoy en día.
«Ahora que estás muerta. ¿Qué vas a hacer con tu vida?»