En 2010 cinco miembros de un pelotón de infantería del ejército estadounidense destinado en Afganistán fueron acusados del asesinato de varios civiles afganos en la provincia de Kandahar. La historia de lo ocurrido allí se contó en el documental The Kill Team (Dan Krauss, 2013) utilizando como hilo conductor de lo sucedido al soldado Adam Winfield, que había sido el primero en cuestionar y denunciar a sus padres las irregularidades llevadas a cabo por su compañeros a iniciativa del nuevo sargento que se les había asignado, Calvin Gibbs. La alienación, la adicción a la adrenalina provocada por la búsqueda de las bajas enemigas y la liberación de las restrictivas normas que limitan en principio sus movimientos y acciones sobre el terreno son la base de un relato que está presente también en esta ficcionalización de los eventos que el mismo director ha llevado a la pantalla en forma de largometraje de título homónimo ahora. The Kill Team vuelve a usar de referencia moral, psicológica, narrativa y dramática a Winfield, un joven con ganas de marcar la diferencia y una idealización extrema de su cometido, que choca con la dura realidad de unos compañeros que organizan asesinatos plantando armas y fabricando situaciones que les permitan actuar sin enfrentarse a las responsabilidades de sus actos de barbarie.
El punto de vista marca por completo las intenciones de Krauss, que toma a este joven como referente del relato de manera solvente en el manejo de la cámara, pero que se demuestra incapaz de trasladar a la escena y la composición de los planos ninguna de sus propuestas discursivas. Son los diálogos obvios y carentes de subtexto —reforzados constantemente por un subrayado visual burdo— los que dirigen y supeditan el film de forma extremadamente funcional. Los planos generales actúan como meros planos de situación en secuencias que avanzan sistemáticamente con diálogos resueltos en planos medios o primeros planos y montaje en plano-contraplano que los descontextualizan por su saturación de fragmentación espacial. Resulta frustrante que su película documental, elaborada esencialmente a partir de testimonios de soldados e imágenes de conversaciones de Winfield con sus padres y sus abogados, tuviera una mayor capacidad de transportar al espectador a las circunstancias opresivas del territorio afgano y al estado psicológico de sus protagonistas que una ficción como esta, con muchos recursos y esfuerzos evidentes dedicados a encontrar un reparto físicamente similar a las personas de la historia real en la que se basa y una ambientación a su favor con uniformes, paisajes, recreación de decorados y descripción directa de sus crímenes.
A su favor está la elección de los actores que interpretan a sus dos figuras principales, Nat Wolff y Alexander Skarsgård. Ambos requieren de muy poco para transmitir rasgos básicos de los tipos de personajes que representan. Unos prototipos que no traspasan tampoco las generalidades del cliché por el deficiente trabajo de caracterización y desarrollo dramático de la cinta. No se construye ni la rutina ni las dinámicas interpersonales previas a la aparición del catalizador de los salvajes actos que se pretende reconstruir, lo que supone un vacío que la propia mirada sobre ellos debe completar. La evidente vocación de docudrama, de recreación de los hechos a partir de su dramatización siguiendo punto por punto lo desvelado en la investigación, se ve lastrada también por el sesgo del director con el soldado que para él representa el centro moral del relato sin ápice de ambigüedad. Su distancia con el resto del pelotón nunca se explica y los enfrentamientos dialécticos con su superior sobre la necesidad de ir más allá de las normas para sobrevivir y hacer su trabajo se percibe rápido como una impostura. El juicio moral ya se ha hecho previamente y todo está configurado para justificarlo, sin atender a la cantidad de matices, las circunstancias de esos jóvenes alejados de la sociedad y mediatizados por una cultura de la violencia que les condiciona para ser exactamente lo que son: máquinas de matar inhumanas que no cuestionen las órdenes ni los motivos de una jerarquía militar y política que les ha creado, cuya razón de ser es la misma por la que se les condena hipócritamente.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.