El rostro de un imponente Benicio del Toro caracterizado como Pablo Escobar, político y narcotraficante colombiano, ocupa la inmensa mayoría del cartel promocional del debut detrás de las cámaras del actor reconvertido en director Andrea Di Stefano. Bajo la barbuda faz del intérprete puertorriqueño, la aparición del apellido del controvertido personaje principal del filme termina por confirmar sensación de encontrarnos ante un biopic, a priori, notablemente interesante, no sólo por contar con un peso pesado como Del Toro, que ya demostró sentirse especialmente cómodo en el subgénero explotando su vis más camaleónica dando vida al Ché Guevara en las cintas de Steven Soderbergh, sino también por centrar la historia en el polémico y sanguinario entorno del fundador y líder del Cártel de Medellín.
Nada más lejos de la realidad.
Por desgracia, el título de Escobar, presenta una suerte de coletilla —Paraíso perdido— que además de romper por completo el concepto y la harmonía del póster, ejemplifica a la perfección la naturaleza “tripolar” de un largometraje que se mueve con mediana solvencia por terrenos tan dispares como el melodrama más edulcorado, el thriller sobre narcotráfico y el biopic, pero que no termina de asentarse al cien por cien sobre ninguno de ellos. Esta falta de cohesión genérica, convierte la experiencia global en un fiasco que, de haber sabido concentrar sus esfuerzos en ofrecer una propuesta sólida en cuanto a tono y contenido, hubiese resultado ampliamente satisfactoria gracias a los eventuales despuntes de calidad con los que Di Stefano impregna ciertos segmentos de su obra.
Relegando a Escobar y a su entorno al status de simples mecanismos para generar conflicto y ambientar la película, Paraíso Perdido rasca la superficie del atractivo marco sociopolítico-criminal de la Colombia de los ochenta para volcar la inmensa mayoría del peso del filme sobre la típica historia del pez fuera del agua acompañada de una interminable y soporífera subtrama romántica cuyo único cometido parece ser el de ensombrecer las no pocas luces que atesora la cinta, no dejando despegar del todo las propuestas verdaderamente interesantes que el realizador sólo consigue esbozar tímidamente.
Es única y exclusivamente cuando la pareja protagonista deja de compartir escena y Di Stefano concentra sus esfuerzos en trabajar la vertiente thriller del filme, cuando Escobar: Paraíso Perdido se torna interesante. En estos momentos, la película consigue transmitir a la perfección la tensión que Nick, el surfista que, sin apenas percatarse de ello, se ve inmerso en los negocios del Cártel de Escobar, sufre en sus carnes. Esto se consigue, en parte, gracias a un estimable trabajo de cámara que huye de alardes expresionistas, jugando la carta del naturalismo para sumergir al respetable de lleno en las peligrosas calles de Medellín, y en los aparentemente idílicos escenarios naturales colombianos. El problema aparece cuando, tras conseguir plasmar en pantalla momentos en los que la densa atmósfera podría cortarse con un cuchillo, el melodrama más barato de violines y lágrimas hace, de nuevo, acto de presencia, dilapidando por completo los esfuerzos del director por construir un thriller efectivo.
Escobar: Paraíso perdido es una película francesa, ambientada en Colombia, y dirigida por un italiano en la que se habla inglés. Esto resume a la perfección el batiburrillo que predomina en la endeble y confusa apuesta de la ópera prima de Andrea Di Stefano, que consigue salvarse de la quema gracias a sus puntuales aciertos, a la banda sonora del siempre genial Max Richter, y a una interpretación de Benicio del Toro que, como no podría ser de otro modo, resulta colosal.