Ernst De Geer… a examen

La llegada de una de esas comedias incómodas, que buscan ser reflejo de una sociedad cada vez más enfermiza y egocéntrica, dispone el terreno desde el que sumergirse en la obra de uno de esos nombres que, a buen seguro, dará que hablar. En efecto, nos referimos al sueco Ernst De Geer, que si bien había rodado sus anteriores obras en Noruega (lugar en el que cursó estudios), estrena una cinta sueca, Hipnosis, desde la que continuar avistando un humor que a buen seguro no satisfaga a todo el mundo, pero que desde sus primeros pasos dotó de un sello propio e inconfundible a la obra de un cineasta que, pese al paso del tiempo, continúa cosechando loas por donde pasa. El éxito, pues, de Hipnosis, que recibió hasta tres galardones en la 57ª edición del Festival de Karlovy Vary —entre ellos, el FIPRESCI y el premio a Mejor actor para Herbert Nordrum, precisamente el protagonista de su segundo cortometraje—, viene precedido del triunfal periplo de su The Culture, pieza que recibió condecoraciones hasta en 6 festivales distintos a nivel internacional, entre ellos el de Angers.

De Geer desvía en The Culture su mirada hacia esas máscaras que envilecen la sociedad, y tras las que se ocultan complejos y debilidades, a menudo presentes bajo una capa de masculinidad tóxica que no hace sino acentuar esos comportamientos erráticos y caprichosos; que lo primero que haga el protagonista durante los minutos iniciales del cortometraje, sea dirigirse al baño a limpiar una mancha que se ha hecho en el costado de su traje, deja muy a las claras ante qué tipo de personaje estamos. Contratiempo que le hará retrasarse y llegar tarde al recital donde toca su hermana —y en el que le ha conseguido sitio él, indicándole justo antes de presentarle a la máxima responsable, que su actuación puede repercutir en una imagen que parece rica en autoestima—, encontrando su butaca ocupada por un hombre que se resistirá a abandonarla, y del que más tarde descubriremos que es el director del auditorio de Gotemburgo. Entonces, se iniciarán una serie de tiranteces entre ambos que, para sorpresa de nadie, sólo podrían terminar mal.

El humor es trabajado a través del plano sostenido en un principio, durante esa pequeña trifulca inicial entre Arvid, el protagonista, y Göran, el reputado director, para más adelante propulsar el ‹timing› cómico desde molestas interrupciones que irán creando un ambiente constante de fastidio, hasta el punto de importunar irremediablemente al invitado especial. Además, De Geer parece encontrar en esos planos estáticos del ‹hall› del edificio, donde abundan las líneas diagonales formadas por escaleras y techo, un escarpado desequilibrio desde el que aguzar esa sensación de inconsistencia que dibujan las situaciones sobre las que irá asentando dicho rifi-rafe. Por otro lado, destacan las composiciones a percusión que ofrecen una energía muy distinta a lo que se debería percibir en un edificio de esas características, primitivo, casi tribal, que acentúa el dislate de lo acontecido, en especial cuando Göran resuelva que Arvid debe abandonar el lugar, y este, decidido, quiera interponerse ante una resolución que no parece tener vuelta atrás.

The Culture nos pone frente a esos personajes incómodos, ridículos e incluso un tanto desagradables que pueden hallarse prácticamente en cualquier lugar, intentando defender su masculinidad de una forma velada que en realidad no es sino un grito desesperado, casi tan sutil como lo sería un elefante en una cacharrería. No obstante, De Geer los sitúa en un ámbito que exacerba sus rasgos, eleva el esperpento e invoca un absurdo casi esperable visto lo visto —una de las últimas secuencias en el baño lo certifica a las mil maravillas—, comprendido siempre desde un humor que bordea el alambre, pero que funciona en ese retrato tan obvio como certero. Pero, claro está, no sería de menester pedir al cineasta sueco que se anduviese con agudezas y remilgos cuando, al fin y al cabo, no hace más que representar seres de dudosa condición que prefieren mantener su imagen (?) a toda costa por más que con ello se lleven de la mano a cuantos seres les rodean a un abismo disparatado donde la razón se asume como la última de las defensas posibles.

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