Al final de EO (Jerzy Skolimowski, 2022) aparece un mensaje sobre cómo esta última película del legendario cineasta polaco ha sido realizada por amor a los animales. Ese amor se puede encontrar en cada plano que le dedica al burro que da nombre al relato en todo tipo de situaciones durante su metraje. Desde su posición en un circo en el que participa en las ‹performance› artísticas de la joven Kasandra (Sandra Drzymalska), vemos como experimenta una serie de vicisitudes con sus cambiantes dueños, sus persistentes intentos de escapar, su explotación, las formas de apresarlo y transportarlo, el maltrato. Una línea argumental que es imposible separar de la evocación de Al azar de Baltasar (Au hasard Balthazar, Robert Bresson, 1966). Con una diferencia fundamental: en el filme de Bresson el asno se presentaba cinematográficamente como una vasija vacía que generaba empatía a través del estudio moral de los seres humanos a su alrededor y de su relación con él, desde una rígida perspectiva naturalista. En EO su director no duda en meternos en su cabeza y transmitirnos cierto sentido de identidad con los ‹flashback› de recuerdos de los buenos cuidados recibidos en el pasado, pero también con el uso de grandes angulares en primeros planos amplificando y distorsionando sus expresiones, jugando con ellas en el montaje e incluyendo planos subjetivos.
Eo tiene personalidad y resiste las vejaciones hasta cierto punto, en el que es capaz de responder y, por iniciativa propia, hasta castigar a las personas que infligen dolor o usan como mera mercancía a otros seres vivos sintientes. El discurso sobre cómo nos comportamos con los animales —construido sobre el punto de vista del borrico en combinación con la aproximación observacional— está presente de la misma forma que en la reciente Vaca (Cow, Andrea Arnold, 2021). A diferencia de aquella, este mensaje se ubica dentro de una dimensión social del largometraje, que se construye a partir de las diferentes situaciones, a modo de pequeños estudios de personajes y costumbres que llevan estas historias al extremo. Muy en la línea de lo que hace Roy Andersson en su filmografía en títulos como Sobre lo infinito (Om det oändliga, 2019), presentando los aspectos más trágicos y cómicos del carácter humano y cómo se codifican a través de la cultura y las tradiciones. Un veterinario, un peculiar partido de fútbol, un camionero, un joven hijo pródigo de familia adinerada… el viaje nos lleva cruzando fronteras y descubriendo distintos conflictos. Un viaje también sensorial, que con la fotografía traslada al animal a lo que podrían ser lugares completamente ajenos a su mundo.
El prominente color rojo en algunos momentos y la escena en la que Eo atraviesa un túnel capturan este sentido de total extrañeza y alienación. Skolimowski establece visualmente las reglas del universo particular de Eo experimentando con la imagen, desde la iluminación y distintas ópticas. El contraste con el entorno y el paisaje es otra idea recurrente en la que el animal se encuentra en un desafío constante por la supervivencia, con la perpetua incertidumbre sobre las intenciones de los seres humanos con los que se tropieza en su camino, tan capaces de gestos solidarios como de los más extremos actos de violencia y brutalidad. Unos actos hacia los animales que se muestran aquí fuera de campo, sugeridos únicamente mediante efectos de sonido o por la mirada del burro. La banda sonora de Paweł Mykietyn (The Other Lamb, Malgorzata Szumowska, 2019) es otro elemento fundamental para configurar su singular atmósfera, amplificando emocionalmente las secuencias para subrayar la búsqueda de la cámara tanto de lo íntimo como de lo extraordinario, dentro de una concepción silenciosa y repleta de inocencia de la épica de esta cinta. Una “anti-épica” profundamente humanista, que refleja nuestro lado más oscuro para intensificar la luminosidad del resto con la mirada de su protagonista como testigo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.