El cumpleaños de Ariane (Au fil d’Ariane) es la última película dirigida y escrita por Robert Guédiguian, cineasta que ha cosechado buenas críticas con varios de sus anteriores trabajos (Marius y Jeannette, La ciudad está tranquila, Las nieves del Kilimanjaro…). En esta obra, que sitúa a la cincuentona Ariane en una terrible soledad al no recibir visitas el día de su cumpleaños, vuelve a contar con su actriz fetiche Ariane Ascaride, que además es su mujer en la vida real. Director y actriz, marido y mujer, Robert y Ariane se han dado una vuelta por Madrid para charlar un rato con Cine Maldito, que ha compartido una round table con nuestro compañero Julio Vallejo de Cinemaadhoc.
¿Cómo surgió la primera idea, la primera chispa sobre este proyecto?
Robert Guédiguian: Fueron las ganas de cambiar de recorrido. Quería contar todo lo que cuento normalmente, pero de otra forma, muy lúdica, jubilatoria. Tenía muchas ganas de pasarlo bien, de divertirme y por lo tanto, inventar una historia que permitiera no sólo que yo mismo me lo pasara bien, sino que también se lo pasaran bien los actores, llevando a cabo una interpretación exagerada. Pretendía también que el director de fotografía pudiese exagerar. Desde el principio quisimos ir hasta el fondo, exagerar, como un naturalismo mágico. Aunque, en realidad, fueron las ganas de hacer cine. A veces, guiones más serios y estructurados, con una carga dramática que hay que respetar, incluyendo desarrollo de personajes y desenlace, cosas muy detalladas, sobreguionadas, impiden que uno haga cine. Sin embargo, esta película que sólo pende de un hilo (por su título en francés), me parece más cine que el de costumbre.
Sus películas generalmente tienen un aire de cuento que en El cumpleaños de Ariane lo ha intensificado. ¿Por qué ese aire de cuento en sus obras y por qué aquí ha decidido meter un elemento fantástico que, como ha comentado, resulta innovador en su obra?
R.G.: Muy bien, es la primera vez que alguien nos dice eso. Es verdad que en algunas sí pasa lo que comentas. Cuando ocurre eso, es que he querido que sea así, es intencionado. Por tanto, creo que el cine no está para hacer sólo una crítica política o social. Puede denunciar problemas, pero de formas muy variadas. También tiene una función de animar a la gente. Por tanto, el cine muchas veces depende de su desenlace para que suceda. Pero esto existe desde el teatro griego. O bien se dejan los hechos con problemas dentro de la película, o se resuelven las cuestiones que han aparecido en la misma. Y cuando esto último sucede, es una comedia. Yo creo que todos tenemos necesidad tanto de tragedias, lo que sería la constatación del problema, como de comedias, su resolución. Generalmente hablando, todos los intelectuales pequeños burgueses prefieren la tragedia, prefieren llorar sobre la vida de los pobres, creen que nunca hay nada alegre en casa de los pobres y que cuando se muestra a un pobre obrero formidable y genial, somos seres angelicales. Somos incluso un poco bobos. Y yo reivindico esto como una posición de clase, porque no soy un pequeño burgués, sino un guerrero intelectual. Pienso de verdad en lo que hago, conociendo mis límites obviamente. Por este motivo también soy un verdadero intelectual, porque soy consciente de mis límites. Pero no hago sólo cuentos eh, también he hecho películas fuertes, de peso, como La ciudad está tranquila, que como cuento no es que encaje. Lo ideal para mí sería hacer dramatismo cómico, pero no siempre se puede respetar eso y llevarlo a cabo.
Ariane, me gustaría saber cómo compusiste tu personaje en la película y, vista desde fuera, qué opinión tienes de ella en la obra.
Ariane Ascaride: La verdad es que a una mujer de mi edad no se nos da a menudo la posibilidad de interpretar a un personaje así, que se encuentra en una constante situación de descubrimiento. La mayoría de veces, los personajes femeninos de esa edad están establecidos, tienen problemas psicológicos pero igual porque tienen un amante, vuelven a casa por la noche, tienen hijos… Todo esto es aburrido y muy tradicional, reaccionario en lo que se refiere a la imagen de la mujer. Aquí se dio la oportunidad de interpretar a un personaje que contara que la vida de las mujeres no se detiene a los 50 años y que el sueño existe y sigue existiendo, que tanto hombres como mujeres vamos a seguir existiendo, a ver magia hasta el final de nuestra vida y soñar con que nunca moriremos. Por tanto, es lo que se conoce en francés como “una máquina de interpretar”. Yo tengo formación teatral, e interpretar un personaje así es la felicidad absoluta porque puedo exagerar, algo que nunca se le pide a una actriz de cine, ésta siempre tiene que ser más rígida, no mover demasiado la cabeza, no llorar demasiado… Lo contrario que aquí, puede sollozar, mirar aquí y allá, mostrar cara asombrada… Puede volver a trabajar con lo fundamental de un actor. Es decir, la interpretación como un juego de niños*. Yo esto lo preconizo a todos, no sólo a los actores: no olvidéis nunca qué erais de niños, no olvidéis por qué habéis luchado para conseguir lo que tenéis ahora, qué sueños teníais de niños. Cuando era niña, yo quería ser hombre rana, por ejemplo.
R.G.: Yo quería ser Ché Guevara (Risas).
A.A.: Creo que nunca hay que perder eso. Y creo que mi trabajo me permite conservarlo. Hoy, cuando veo a mi Ariane en la pantalla, me parece fantástica. Pero tengo que batirme cada día en la vida para intentar parecerme a ella, porque lo que me devuelve a la sociedad no es esto.
Nos muestras a un grupo que es casi como el de Freaks (La parada de los monstruos) de Tod Browning. ¿Por qué crear este pequeño universo de gente que no es aceptada en la sociedad pero que se aceptan como iguales dentro de la marginación?
R.G.: Creo que nadie que no sea de derechas, que haya cogido otros caminos, digamos que “hace pellas”, todos le parecerán marginados en cierta forma. Pero yo creo que esos personajes proponen posibilidades para el futuro, por eso los escojo. Creo que es mucho peor ser razonable que estar loco. Por eso me gusta mostrar a los locos, ellos son el futuro. Mostrar una sociedad con personajes rectos, verticales y diferentes, muy concretos, tiene virtudes muy progresistas.
A.A.: También es un grupo en el que la gente diferente se reconoce, mientras que hoy vivimos una época de soledad espantosa, terrible. Si no se entra en la cuadrícula propuesta, sólo te puedes sentir acomplejada y te sientes horriblemente solo. Entonces, pasas por el mundo de forma individualista. Pero más vale perder un brazo, un ojo o una pierna, pero estar todos juntos, porque se vive mejor y es más divertido.
Hablando un poco del final de la película… ¿Crees que El cumpleaños de Ariane gana con un segundo visionado?
A.A.: Eso siempre. Siempre.
R.G.: Siempre he querido que mis películas tengan una lectura al primer nivel. Es verdad que construyo mis películas por capas, como una cebolla. Por tanto, el espectador menos cinéfilo y acostumbrado puede ver la película a ese primer nivel. Y según la cultura cinematográfica y política que tenga cada uno, existe una segunda capa, una tercera, y espero que sea así hasta el infinito. No debo yo decir esto, pero espero que la película tenga la capacidad de poner muchas capas. Obviamente, las capas se mezclan. Pero esa lectura de primer nivel es la clave para acceder al público más amplio. Si no hay una lectura al primer nivel, la película no será vista por nadie, de eso estoy convencido, es así. Siempre he querido hacer películas que se dirijan a cuantos más mejor, cosa que odian los pequeños burgueses intelectuales, pero que yo lo reivindico, por eso siempre cuento una historia al primer nivel, a primera vista. Ya dejé de decirlo, pero antes decía que hacía cine para que mi padre pudiera entenderlo, porque mi padre era un obrero, nunca había leído, pero podía ver mis películas y las entendía.
¿Cómo se sienten Ariane y el resto de los actores al formar parte de un grupo que es casi de repertorio? ¿Y por qué decidís que sea así, como un grupo de teatro que va cambiando de obra?
A.A.: De hecho, hemos inventado algo, aunque no fue a propósito. Esos actores son compañeros míos de la Escuela de Teatro de París, excepto Gérard Meylan que es amigo de la infancia de Robert. Entonces, hemos inventado eso año tras año, nos ofrece una libertad de interpretación inimaginable, porque cuando un actor llega a un plató de cine hay que convencer al realizador de que va a ser genial trabajar conmigo, que no se preocupe, que ha hecho muy bien en escogerme, etc. Y así se pierde mucho tiempo. Pero con nosotros eso no pasa: llegamos y trabajamos.
*Nota del entrevistador.: aquí Ariane realiza un juego de palabras con el vocablo ‘jouer’, que en francés posee la acepción tanto de jugar como de interpretar.