Llego al Círculo de Bellas Artes y ahí está Lesage, con su americana ceñida de director de cine canadiense y con su cara de tipo totalmente normal. Y esto último es algo que me sorprende hasta el punto de pensar «bah, pues no tiene mucha cara de la película que ha hecho, ¿no?». Pero vamos al asunto cuando le pregunto mientras clavo mi pupila en su pupila azul:
Pablo Castellano: La película tiene su centro en la contradicción a la que nadie escapa y que tiene lugar en la preadolescencia y que consiste en sentir por primera vez, y por lo tanto de manera aún confusa, que todo aquello que nos han enseñado de que la vida consiste en pilares estables que sostienen cosas maravillosas e idílicas que gravitan en torno a la idea de felicidad que todo lo inunda resulta no ser tan estable. ¿Cómo ha sido trabajar con un joven que además de estar en la época (al menos tiene la pinta de estar en esa edad) en la que sobreviene el desvelamiento de esa mentira, de ese segundo vértigo vital, se ve obligado a tener que focalizar toda su atención en ese sentimiento para poder representarlo? ¿Fue difícil?
Philippe Lesage: Sí, fue muy difícil. Vi a muchos niños, más o menos mil hasta encontrar a Félix. Necesitaba un chico imaginativo y sensible porque Félix es imaginativo y sensible. Cuando le pides a un niño que sea natural (y es algo que me llama la atención porque no es el caso con los adultos, que toman como una pausa ante la cámara pensando que es así cómo se actúa) y es la primera vez que actúa ante la cámara, sin tener experiencia, no tiene ese problema y con Eduard encontré esta complicidad. Encontré además en él mucha fragilidad, una sensibilidad que compartimos. Él parece tímido pero cuándo hace falta se despliega. Hay una anécdota y es que sus padres estaban siempre en el rodaje pero un día ellos no pudieron asistir y estuvimos a punto de parar el rodaje porque es tan sensible que los echaba mucho de menos y no podía continuar. En resumidas cuentas en él encontré en él todo lo que necesitaba para este papel: sensibilidad y fragilidad.
P. C.: ¿Qué busca al producir el contraste intencionado entre la cámara fija que abunda en la película o la suavidad de sus movimientos y la agitación mental así como la deformación perceptiva de la realidad que se derivan (al menos suelen derivarse por norma) de los estados de miedo intensos y continuados que sufre el protagonista?
P. L.: El ritmo que he decidido utilizar (planos largos, cámara prácticamente inmóvil) y esa idea de no contar mucho sirven para marcar esa tensión que yo quería mostrar. Además es una manera de volver al tiempo de la infancia, el cual es eterno y en el que un año de niño son como cien de adulto. Félix descubre tanto a lo largo de la película que da la impresión que el tiempo se estira, de manera que para ser fiel utilicé este tipo de planos. Hay también mucha influencia de mi pasado como documentalista, tiempo en el que debía ser muy paciente para esperar a ver si pasaba algo. Cuando filmas de esta manera te das cuenta de que finalmente obtienes una coreografía alucinante de lo registrado. Me interesa recrear esa paciencia observadora, que me tranquiliza por cierto, y reflejar este pasado que me acompaña como documentalista. Muchas escenas en esta película de ficción están centradas en esta pasión que desarrollé en el documental.
P. C.: La película tiene un componente sexual brutal sobre el que puede decirse que gira en gran parte. ¿Es la figura del pederasta-asesino una proyección extrema de hasta dónde puede pervertirse el individuo como consecuencia de las continuas represiones sexuales que tienen lugar en todas las sociedades supongo, pero de manera muy sutil y efectiva en las occidentales, y que se manifiestan en la película con el tomar conciencia del personaje principal de la inaccesibilidad a la profesora —la autoridad— así como la inserción de información selectiva y modificada a voluntad en esa puerta hacia adolescencia sobre las terribles consecuencias del SIDA si se experimenta demasiado?
P. L.: Al principio parece que la película va sobre Félix, sobre este niño, pero es cierto que el personaje de Ben (el pederasta) va ganando protagonismo. De hecho en un Festival un amigo me dijo que la película no iba sobre la historia de ese niño sino sobre el descubrimiento de la sexualidad. Pero yo quería hacer el retrato de un niño que tiene sus propios deseos, que se cuestiona mucho a sí mismo y que además es testigo de manifestaciones súper raras de la gente que le rodea (el padre que no está con su madre sino que se va con la vecina, la cuestión de los secuestros…), así que uno entiende que la base de todo esto son impulsos sexuales. De manera que sí, es posible que la piedra angular de la película sea explorar la sexualidad a esa edad, lo cual es un tabú. Yo me he lanzado a abordarlo. El pederasta en realidad es un niño en el cuerpo de un adulto. Se da la curiosa casualidad, además, de que mientras este personaje no tiene empatía, Félix la está empezando a desarrollar.
P. C.: En la película el juego (baile, distracción, etc.,) ocupa un lugar muy importante, precisamente como único elemento que diluye las tensiones de Félix, y en concreto cuando es realizado junto a sus hermanos. ¿Podría hablarnos sobre este punto de fuga?
P. L.: Bueno, son hermanos que se cuidan, se reparten entre los dos cuidar a Félix. Es algo súper autobiográfico, mis padres son de la generación del baby boom y de los primeros que trabajaban los dos, de manera que a mi me cuidaron mis hermanos mayores, mientras que yo a su vez he cuidado hermanos pequeños… Es todo muy autobiográfico, todo esto de los vínculos con los hermanos, la verdad.