La directora y guionista Lucía Garibaldi (Montevideo, 1986) presentaba dentro de la sección Horizontes Latinos de la 67ª edición del Festival de San Sebastián su debut en el largometraje. Los tiburones había pasado por Sundance anteriormente, con su particular visión de la exploración de la sexualidad y el deseo recién descubierto y libre de mediatizaciones —por su falta de experiencia— de su joven protagonista. Garibaldi construye toda una completa ambientación a través de la mera propuesta observacional de sus acciones desde una aproximación narrativa que busca deliberadamente la ambigüedad, contextualizando la situación económica y las dinámicas sociales del entorno incluyendo cómo afectan a las relaciones las diferencias de clase. Todo ello mientras aborda el miedo de toda una comunidad y de una familia a su descomposición por la crisis que proyecta la supuesta presencia de tiburones en la costa. Con la directora pude charlar de sus orígenes en el cine, la influencia de su participación en Cine en Construcción del Zinemaldia, de cómo son de definitorias sus pasadas experiencias profesionales en las formas estéticas del film y la elección de su actriz protagonista, Romina Betancur.
Ramón Rey: Comenzaste a estudiar Bellas Artes y luego pasaste a la dirección de cine. ¿Cómo tomaste esa decisión?
Lucía Garibaldi: Los viernes en Bellas Artes mirábamos películas. Y aparte cuando los últimos años de secundaria yo me anoté en la cinemateca. Iba mucho porque no tenía mucho para salir. Iba muy seguido a la cinemateca. Y ahí empezó mi interés. Pero la verdad es que fue idea de mis padres, no fue idea mía. Estaban preocupados porque me gustaban muchas áreas distintas del arte, quisieron enfocar en una y me sugirieron y me anotaron en la escuela de cine.
R. R.: Los tiburones participó en Cine en construcción de la 66ª edición del Festival de San Sebastián y ganó el premio. ¿Qué supuso para la película, además de poder terminarla?
L. G.: Eso mismo, ya es suficiente con poder terminarla. Fue una pantalla para diferentes programadores, gente de ventas… fue una pantalla para la industria del cine. Y eso es importante, porque a partir de eso surgió Sundance. Fue acá que se vio la película y que nos invitaron a postular.
R. R.: Y se convierte en la primera película uruguaya en participar en competición en Sundance.
L. G.: De ficción, sí, La primera en la historia.
R. R.: ¿Cómo diste con la protagonista, Romina Bentancur? No parece fácil encontrar una joven que aporte esa realidad en el film y tú lo conseguiste muy de repente.
L. G.: Tuve mucha suerte. No sé qué pasó porque fue la primera que vi de todas. Y también tuve suerte de poder entendernos mucho. Algo que me parece importante si trabajas con alguien: poder irte a tomar un café, poder ser amigo de alguna manera. Me parecería muy difícil trabajar con actores con los que no pueda tomar un café. Y con ella fue así. Nos entendimos mucho. Sobre todo ella me entendió mucho a mi y entendió mucho al personaje ––quizá más que yo—. Eso enriqueció mucho la película.
R. R.: Al ser responsable también del guión supongo que afectaría mucho a tu visión original del personaje.
L. G.: Exactamente, sí. De todas formas ella era bastante lo que imaginaba. Yo no estaba imaginando algo así muy físico. Sí quería como una cierta ambigüedad —un misterio, qué sé yo—, pero su personalidad y su madurez intelectual sí se acercaba bastante a lo que yo imaginaba. En realidad es eso, creo que tuve mucha suerte. Y también puntería. Pude verlo y fue fácil, me allanó muchísimo el camino. Una vez que la encontramos a ella hicimos una especie de teaser. Eso lo presentamos cuando estábamos buscando fondos a nivel nacional, internacional… y la vieron a ella e hicimos muy claro que teníamos que filmar pronto porque ella va a crecer. Y eso se entendió. Desde que apareció ella salió bastante rápido la película.
R. R.: Llevas de forma muy rigurosa la aproximación psicológica al personaje, dejando que sea el espectador el que deduzca las motivaciones y lo interno de ella sin dar explicaciones.
L. G.: Sí, porque creo que también tiene que ver con una costumbre, un cine que yo miro. Me gusta que uno saque sus propias conclusiones. Igual hay mucho planteo y hay un guión pensado y en el fondo del todo está Aristóteles. Hay una estructura y un personaje con un objetivo que lo va encontrando. No sé si se transforma o qué, pero sí creo que un esqueleto formal tiene. De todas formas sí que es una película que concluye poco.
R. R.: Tu paso por la publicidad y los videoclips ¿crees que te han influido de una manera más o menos decisiva en cómo entiendes lo estético? La cámara lenta con los montajes musicales, la banda sonora electrónica…
L. G.: Publicidad no hice mucho, más bien hice montaje de publicidad que quizá por un manejo técnico me ayudó bastante. También es una necesidad de divertirme, por momentos de que sea más lúdico. Jugar y agarrar la cámara yo y eso me resulta divertido. Pero a nivel narrativo también me gusta que haya pausas. Aflojarse un poco, disfrutar un poco, entrar un poco en una cuestión más estética y después retomar… me parece que le hace bien respirar al espectador que cambie el mood de lo que estás mirando.
R. R.: Ese plano del principio que ella está mirando a través de un cristal atravesado por una línea roja era un ejemplo que me venía a la cabeza.
L. G.: Parece que él está en otra dimensión. O ella. Alguno está en otra dimensión.
R. R.: Parece que tienes una idea constante de salir fuera de los edificios. La acción tiene lugar casi siempre en lugares de tránsito o de socialización muy fugaz. ¿Eso surgió en el montaje o de antes?
L. G.: Fue un poco desde el principio, porque la cuestión de los balnearios —pueblos costeros— son como pueblos fantasma. Como que no hay nadie. Siempre hay una persona caminando por ahí y otra por allí… y los encuentros son así. Esto es bastante fiel a la realidad, creo.
R. R.: Como en la película Jaws (1975) de Spielberg está presente —desde otra mirada completamente distinta— esa amenaza al modo de vida de todas esas personas y de la región, aunque lo uses de simple contexto.
L. G.: Me gustaba la idea de esa construcción de verdades que tenemos. Cómo las verdades terminan siendo inventos. Y a partir de una aleta, que no sabes bien de qué es, si es o no es, se puede armar todo lo que se armó a nivel del pueblo y emocional de la película. El pueblo paranoico haciendo grupos de WhatsApp es algo que también pasa mucho y que a mí me resulta bastante curioso. El tema de los vecinos en alerta y todas esas cosas cuando a veces me parecen que estan un poco sostenidas sobre rumores, sobre cosas que no se sabe si son verdad.
R. R.: El simbolismo de la aleta es algo que te permite jugar con el espectador. Esa idea queda fijada, presente en cada secuencia pero desde el fuera de campo.
L. G.: Ojalá sea así, que todo el mundo lo sienta así. Fue difícil. Por momentos el montaje era: uy tenemos que volver, acordémonos de los tiburones. Acordémonos de la perra.
R. R.: Otro momento en el que se puede extraer cierto simbolismo es cuando el agua está de rojo en la playa, que puede conectarse con el despertar sexual de la protagonista y la menstruación…
L. G.: Eso es totalmente interpretación tuya. Llegamos a la playa y el agua estaba roja. Ni siquiera fue una idea mía. El agua estaba roja porque había marea roja, un alga. Y en un momento decidí ponerlo. Ya sabía que iba a ser una tentación, una alegoría, pero me gusta que pasen esas cosas.
R. R.: ¿Tienes ya algún nuevo proyecto en preparación?
L. G.: No te puedo contar de qué se trata, porque ni yo lo sé todavía. Pero se llama La última reina. Es una ficción, pero todavía no puedo adelantar nada.
(Entrevista realizada el 25 de septiembre de 2019)
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.