La cineasta gallega Isabel de Ayguavives realiza su primera incursión en el largometraje con El árbol magnético, una película humilde en su concepción pero ambiciosa en su ejecución, y que aúna en su guión diversos temas de gran interés y actualidad. Cine Maldito no se ha querido perder la oportunidad de charlar unos minutos con ella y, compartiendo una mesa redonda con compañeros de Crazy Minds e Infolibre, se ha establecido un interesante diálogo.
¿Por qué Chile? ¿Dónde está la conexión?
Hace como diez años, un amigo chileno que vivía en España me invitó a acompañarle en el momento en que decidió volver para reunirse con su familia después de 13 años. Así que me sumé a ese viaje para pasar unos días con su familia y luego hacer mi vida. Pero la familia de él me atrapó y al final lo que más me atrajo del viaje fueron esas experiencias compartidas entre él y los suyos. Tiempo después, fueron sedimentando varias cosas relacionadas con aquel viaje y me pareció que había un interesante germen para una película.
¿Pero lo era tanto como para que hicieras tu primer largometraje en Chile?
La verdad es que era un reto, y si uno lo piensa así fríamente dices “Dios mío, ¿te vas a meter a hacer una película en un país extranjero? Hay que ir un poco más a lo seguro”. De hecho, algunas personas me lo recomendaron, pero cuando las historias nacen de compartir una pulsión sincera por contar una historia, no te haces demasiado esas preguntas, no quieres convertir en obstáculos cosas que otra gente no querría. Lo que ocurre es que en el viaje a Chile conocí el auténtico árbol magnético y transplantar ese árbol no me parecía adecuado.
¿Has querido crear algún tipo de metáfora con ese árbol?
Bueno, me he servido de algo que estaba en la naturaleza y que se puede prestar a diferentes interpretaciones. Yo tengo la mía propia, y es que el árbol magnético es un sitio al que uno podría volver siempre que quisiera y también simbolizar un poco un recuerdo especial del pasado, un sitio que quizá pierde el encanto si lo vuelves a revisitar de mayor.
A mí me gustaría saber tu opinión sobre el sitio en sí, cómo lo viviste de cerca.
Pues a mí me pareció un sitio fascinante, y de hecho es uno de los recuerdos más vívidos que tengo del viaje. La visita que hicimos nosotros es más o menos como en la película, llegamos un coche por un camino de tierra. De hecho, no sabíamos muy bien por donde íbamos, creo que unos tíos de mi amigo decían algo de “el árbol del imán”, pero mi amigo ni siquiera lo conocía. Así que hicimos el experimento, llegamos frente a un árbol que era bastante impactante como imagen, ya que estaba atardeciendo y estaba aislado, no había nada alrededor, sólo la cordillera al fondo. Así que hicimos el experimento y el árbol atrajo el coche. Luego se ha convertido una cosa un poco más turística, yo no he vuelto al sitio para que no se rompa el encanto, pero si lo buscas en Internet te salen vídeos de la gente y a día de hoy hay un cartel de instrucciones y una carretera que le ha quitado un poco el misterio.
Ahora que tu película es una realidad, ¿se puede decir que realmente no es difícil hacer cine en España?
Es dificilísimo. Creo que nosotros, dentro del tipo de película que tenemos, muy pequeña, estamos siendo bastante afortunados por cómo la gente está recibiendo la película, los sitios por los que ha pasado y las ventanas que se están abriendo. Afortunadamente vamos a distribuir en salas, con poquitas copias pero es algo que no todo el mundo puede hacer, y también tenemos participación de RTVE, con lo que ahí tenemos otra vía. Pero bueno, han sido cuatro años de proyecto por mi parte, no de continuo porque he trabajado en otras cosas, pero si te pones a sumar es todo ese tiempo desde que tienes a la idea hasta que se lo enseñas al público.
¿Y hubiera sido imposible de no tener un altavoz como el del Festival de San Sebastián?
Pues no tengo ni idea, porque como es mi primera experiencia es lo único que tengo para medir. Si la historia hubiera sido otra, mi lectura sería diferente. Tengo la sensación de que ha sido fundamental. En concreto, la sección “nuevos realizadores” donde hemos debutado era el escaparate perfecto para nuestra película. Así que hemos salido a la luz en el sitio deseado.
Tu película es una coproducción entre España y Chile. ¿Crees que estas coproducciones hispanoamericanas son un buen salvavidas ante la difícil situación económica?
Yo no me habría obligado a escribir una historia en Chile si no hubiese sido algo que me saliese desde dentro, pero cuando los proyectos nacen de algo orgánico y se busca el mecanismo para que eso fluya, pues es perfectamente comprensible que hayamos producido con Chile. La coproducción en general puede servir para otros proyectos, pero siempre en la medida del respeto hacia el proyecto, no hacer cosas raras como rodar en tal sitio por ciertos motivos.
Hablando de esto, ¿has llegado a rodar algo en España, quizá alguna escena que se haya quedado en el tintero?
Sí, pero se ha quedado en el tintero.
Quizá para la versión extendida…
(Risas)
La película en cierta manera quiere hablar del pasado, pero queda un poco en el aire el tema de la inmigración.
Lo que pasa es que el retorno del inmigrante se ha vuelto un tema más actual respecto a lo que sucedía cuando escribí el guión. Nosotros mismos nos ponemos ahora en el pellejo de los que antes venían desde fuera y ahora somos nosotros los que nos vamos. Pero más que meterme en esa lectura en clave social, trataba de representar a Bruno como un personaje desarraigado, para mí no es casual que el personaje está ligado a esta familia por un lazo político, cosa en la que no he querido insistir en la película para no entrar en el melodrama pero partiendo de esa base, Bruno no tiene un ancla familiar salvo ésta que ha dejado de ver desde hace tiempo, no sabe dónde pertenece, sino que va dónde el trabajo le lleva. Esa identidad desarraigada para mí era importante respecto a lo que pasa con Nela, que está absolutamente anclada a un entorno, a un pasado, mientras que a él se le ha perdido la pista.
¿Por qué llevaste de forma tan sutil la relación entre primos?
Porque para mí la historia del árbol magnético no es una historia de la relación entre Bruno y Nela, sino de ellos con su pasado, y sobre eso hay cosas que no nos quieren contar e incluso siquiera ellos pueden haber verbalizado. Así que un poco por ese respeto, por ese pudor, la historia está contada de una forma muy latente. Ellos tienen una especie de desajuste respecto a cómo uno se percibe a otro porque ha pasado demasiado tiempo. Y eso no se expone en un fin de semana donde además estás sobrepasado por toda la familia que te envuelve y eres el centro de atención. Así que sacar eso a la luz es complicado, no sucede en la vida real, así que quería ser respetuosa con la propia historia que quería compartir.
Siguiendo este tema, ¿cómo trabajaste esa tensión latente con los dos protagonistas?
Entre ellos había una química fantástica. Asumimos un reto grande, porque no estuvimos los tres juntos en la misma habitación hasta bien cerca del rodaje. Manuela siempre había sido la persona que había tenido en mente para el personaje de Nela. En ese cuerpo todo cobraba entidad. Ellos dos, a la hora de juntarse y trabajar las escenas, demostraban una conexión muy buena. Manuela tenía poco peso textual, mientras que el personaje de Bruno tampoco se expresa demasiado, pero el uno al otro a través de las miradas y pequeños gestos van acercando sus mundos, haciendo un viaje conjunto.
¿Cómo fue el rodaje en un entorno natural? ¿Hubo algún imprevisto meteorológico o de logística?
Imprevistos meteorológicos ninguno, porque rodamos en la zona metropolitana de Santiago, quizá a una hora de la capital, buscando la presencia de lo natural, cosa que era bastante difícil porque Santiago es semidesértico, pero nos esforzamos y encontramos unos sitios de verdor. Rodamos entre noviembre y diciembre, que es verano allí, así que el tiempo nos respetó bastante, aunque las noches y el agua fuesen frías, pero las horas de luz eran suficientes para afrontar el rodaje en 20 días con 16 personajes en secuencias largas, cosa que era apretada.
¿Y te pusieron trabas para rodar allí?
No, los permisos normales. No estoy al tanto de este tema, pero rodamos en la reserva del Río Clarillo, que es donde está hecha la secuencia de las pozas y el río. Era más difícil quizá haber rodado en el árbol magnético real, porque está en un terreno privado, en un balneario. Aunque se hacen excursiones organizadas, debe ser complejo. Buscamos un lugar que fotográficamente fuese impactante, con un árbol solitario y que para la logística fuese un sitio accesible para rodar. Fuimos a la caza y captura de un árbol parecido, cosa complicada pero que al final conseguimos.
¿Cómo ha sido pasar del corto al largo? ¿Muchos retos?
Un montón, también debidos a la propia naturaleza de la historia. Los cortos que he hecho eran historias donde tienes pocos personajes, una cosa muy localizada. Pero de repente pasas de eso a un largo, además a otro país, sin tiempo para ensayos previos, con un lenguaje que has oído pero no dominas y tienes que hacerlo en veinte días, así que son muchas cosas. Además de que es algo muy coral, un jardín en el que nunca me había metido. Así que el salto es importante por los elementos intrínsecos de la película.
¿Tienes alguna referencia cinematográfica en concreto?
Me gusta beber de muchas fuentes y no exclusivamente del cine porque al final las películas que beben del cine acaban pareciéndose unas a otras y pierden su esencia. Mi motivación era compartir una experiencia de vida y que eso sirviese para hacer una reflexión. Me gusta el cine de corte realista. Para esta película en concreto, volvimos a ver obras que por diversos motivos nos interesaban, como pueden ser Las horas del verano de Olivier Assayas, Milou en Mayo de Louis Malle, el cine de Cesc Gay como Ficción, Rohmer… En fin, un montón de cosas, pero no sólo cine, sino también literatura o música. Tenía una amplia carpeta de referencias que compartía con determinados jefes de departamento en lo que a cada uno le podía interesar y a partir de ahí ir alineando posturas. Al final, si ves sólo una película, haces una copia plano a plano.