En el marco del D’A, nos reunimos con Andrea Pallaoro para hablar sobre su última película, Hannah, estrenada en el festival barcelonés, que llega a las salas el próximo 18 de mayo.
Daniel Molina: Hannah se mueve entre la ficción y la no-ficción.
Andrea Pallaoro: Para mí, la película juega con esa tensión, entre lo que es real y lo que no: escenas como la de la clase de interpretación tratan de resaltar esa relación. A través de la puesta en escena, intentábamos expresar cómo se siente Hannah. Queríamos crear imágenes y, con ellas, una experiencia sensorial para poder entender a su personaje. Fragmentamos su cuerpo y el mundo a su alrededor para forzar al espectador a reconstruirlo. Teníamos que estimular la imaginación del espectador, cuidar lo que está dentro del cuadro es tan importante como lo que está fuera y el sonido fue clave para dar información de aquello que no muestras y sumergir al espectador en el universo.
D.M.: El argumento parece mantenerse siempre en fuera de campo.
A.P.: Claro, la película trata sobre cómo ella se siente por dentro, queríamos explorar el estado mental de Hannah, ese fue nuestro principal objetivo desde que empezamos a escribir, sin las distracciones de una estructura clásica. Eso requiere un gran compromiso por parte del espectador porque, al no darle todas las respuestas y forzarlo a rellenar los huecos, proyectan sus propias emociones en los personajes. Es una oportunidad para conocerse mejor. Esa es la auténtica catarsis que puede llegar a producir la experiencia del cine.
D.M.: La vejez es un tema fundamental.
A.P.: Era importante que fuese una mujer mayor porque necesitábamos que ella estuviera en un momento de su vida en el que si su identidad se veía cuestionada, tras cincuenta años compartiendo su vida con otra persona, las consecuencias fuesen realmente profundas. Queríamos explorar los límites entre la identidad del individuo y de la pareja y lo que sucede cuando esas fronteras se confunden o desaparecen.
D.M.: La idea de la desaparición se explicita en varias escenas: el viaje en autobús, el rodaje…
A.P.: Totalmente. Para mí, es la historia de una mujer que desaparece. Concretamente, la escena del rodaje es clave. Es la referencia más clara a este juego entre realidad y ficción que comentaba antes. De hecho, los que aparecen rodando la película son los técnicos de nuestro propio equipo artístico.
D.M.: Para terminar, ¿cuál sería para ti una película maldita?
A.P.: No sé cuál es la recepción de Lucrecia Martel en España, pero La mujer sin cabeza creo que podría ser una película infravalorada, al menos en Estados Unidos, sino Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles de Chantal Akerman sería otra posible película maldita.